Represura |
PRESENTACIÓN
Bajo el signo de la continuidad, y diríamos también que del “reagrupamiento”, en tanto labor de “republicar”, se presenta este nuevo número. Ciertamente, tal hecho, no cubre todo el mapa de lo deseable, en tanto nuestra aspiración es también dar cabida a trabajos originales.
Pero “reagrupar” fuerzas y ofrecer una entrega panorámica, que muestre por dónde fueron transitando los rumbos de las investigaciones, consideramos que es, sino labor exitosa, cuando menos, tarea digna. Y no fácil, ya que ¿cómo habérselas con ese objeto lábil que es la censura, que sólo se deja atrapar en unas epifanías que terminan – lo sabemos – desembocando en la insuficiencia?
Con intencionalidad abrimos el número con un artículo de M. L. Abellán – hablamos de intencionalidad porque hemos elegido éste, entre otros que generosamente nos ha cedido – “Problemas historiográficos...”, escrito en 1989.
Dieciocho años después de su escritura, nos interesan de él, varias cuestiones. La primera, y obvia, diría que es su contenido en sí lo que nos interesa: un “estado de la cuestión”, ciertamente desolador, de la orientación de los estudios sobre la censura a diez o quince años vista de la “transición democrática”. Pero existen dos razones – que no implican minusvalorar la primera –, por personales, quizá menos obvias. La primera es el enlace final de ese “estado de la cuestión” con la “memoria histórica”. De la, ahora, tan traída y llevada “memoria histórica”, a la que parece nadie consigue ligar con la genérica represión cultural, o con la especificidad de la censura, y ello respecto a uno de los temas “tabú” del franquismo. La pregunta, en tanto relación, entre la una (la memoria histórica) y las otras (la represión y la censura) , queda en el aire. La segunda razón es “arqueológica”, y presupone otra pregunta, ya que consideramos que tan importante como el contenido en sí de los artículos que se ofrecen, será la reconstrucción del objeto en tanto tránsito de los estudios sobre la materia que nos ocupa.
Los tres artículos que siguen, se centran sobre tres autores individuales, cuya característica común es la fuerte incidencia de la censura en su obra. En el primer caso, y en relación a la obra de Sender, M. L. Abellán liga, de modo magistral, censura con exilio, campo ciertamente inexplorado por los investigadores. El segundo artículo, de Lucía Montejo – que posee ya una larga trayectoria en este tipo de estudios – nos muestra como la sutilidad en el empleo del método literario, con la observación atenta de las vicisitudes por las que hubo de pasar la obra de Blas de Otero en sus relaciones con la censura, puede crear un contrapunto que termina por producir un texto iluminador sobre la génesis y los avatares por las que pasaron los escritos del autor considerado. El tercer artículo, de Edward Laprade, se centra en la transcripción de dos largos expedientes generados por sendas novelas de José Luis Castillo-Puche, que al decir del autor supusieron un reto para la institución censora.
Sobre el modo de proceder respecto a los libros de texto escolares, del entonces, recién creado Ministerio de Educación Nacional, trata en un minucioso, y por la misma razón, meritorio artículo, la investigación de Carmen Diego Pérez, centrando su trabajo en un contexto de reforma radical de la enseñanza, y dentro de él, en el intrincado proceso por el que pasó no sólo la preterición de determinados textos, sino la implantación de otros.
Con su buen hacer, Paco Rojas, nos presenta una ponencia referida a los “últimos” momentos de la censura, que contra la lógica tanto legislativa como social alargó sus tentáculos, en su modalidad de denuncia, más allá de lo que era dado esperar. Contra lo pensado, el aparato no se extinguió en una lenta inercia, sino que, como colofón final de una larga y triste historia, vino a recrudecer notoriamente sus actuaciones.
Finalmente, quien esto suscribe, ofrece la 3ª entrega de lo que fuera su tesina. Cuatro o cinco años después de su escritura, podemos decir que, si bien esta parte teórica limitó al norte con nuestra capacidad intelectual, no fue menos cierto que al sur limitó también con la autocensura. El resultado, en consecuencia, es un texto en ocasiones críptico, y no exento de ciertos contrasentidos e incluso contradicciones. Pero si su intención fue agitar, las entonces, tranquilas aguas por las que navegaban los estudios sobre censura, esperamos que ahora las aguas no se hayan enturbiado tanto como para no permitirnos, mediante él, pescar algún pez teórico, de los que, seguimos pensando, tan necesitados andan los estudios sobre la censura.