FRANQUISMO E HISTORIA LITERARIA: LA REEDICIÓN EN EL AÑO 2000 DE MIS PÁGINAS MEJORES (1966), DE MAX AUB

Manuel Aznar Soler
Universidad Autónoma de Barcelona

Publicado en: AZNAR Soler, Manuel, Los Laberintos del exilio. Diecisiete estudios sobre la obra literaria de Max Aub, Renacimiento, Sevilla, 2003, pp. 129-143.

(Agradecemos a la editorial Renacimiento, la concesión del permiso pertinente para reproducir este artículo)

           La reedición por parte del Fondo de Cultura Económica en el año 2000 de Mis páginas mejores, de Max Aub, nos plantea un problema fundamental a los historiadores literarios de nuestro exilio republicano español de 1939. Recordemos que Max Aub, a través de su amigo Dámaso Alonso, publicó en la colección “Antología Hispánica” de la editorial madrileña Gredos un libro con dicho título que apareció en el año 1966. Y que en esa misma colección, con el título de Mis páginas mejores o Mis páginas preferidas, aparecieron libros de, entre otros, Vicente Aleixandre (Mis poemas mejores), Francisco Ayala, Julio Camba, Camilo José Cela, Wenceslao Fernández Flórez, Ramón Gómez de la Serna, Jorge Guillén (Selección de poemas), Juan Ramón Jiménez (Páginas escojidas), Carmen Laforet, Pedro Laín Entralgo, Ramón Menéndez Pidal y Juan Antonio Zunzunegui. Como puede observarse, una nómina de escritores españoles, algunos de ellos (Ayala, Guillén, Juan Ramón) vencidos republicanos que en 1939 tuvieron que exiliarse. Por tanto me parece evidente que, si tuviera que comentarse la nómina de la colección, habría que diferenciar entre ellos, tal y como dice el refrán popular: juntos, pero no revueltos.

           Miguel García Posada, critico literario de reconocido prestigio y autor de estudios tan valiosos como, por ejemplo, su ensayo de interpretación  de Poeta en Nueva York de Federico García Lorca, es el responsable de la ·Introducción”, fechada en octubre del año 2000. Una introducción que se limita a un sintética y útil presentación de los textos antologados por Max Aub en 1966 como sus “páginas mejores”. Ahora bien, en su introducción García Posada silencia por completo, sorprendentemente, las circunstancias que el contexto político impuso  a la edición en 1966 del libro. En efecto, en ningún momento el citado crítico literario alude a las limitaciones de la censura franquista, ni se plantea hasta qué punto su existencia determinó que la selección de Max Aub en 1966 fuese precisamente ésa, es decir, una selección “posibilista”. O, dicho de otra manera, en ningún momento cuestiona la posibilidad de que éstas sean las páginas realmente “mejores” del escritor, páginas que, por otra parte, se refieren exclusivamente a su obra narrativa. En este sentido, se me ocurre una pregunta elemental: de haber publicado Max Aub el libro en, por ejemplo, México, ¿habría seleccionado el escritor estas mismas páginas como sus páginas “mejores”? ¿Eran para él las “mejores” o cabe razonablemente pensar que eran las “mejores posibles” para que un escritor “rojo”, exiliado republicano y militante socialista, intentara salvar la censura en aquella España franquista de 1966?

           Para cualquier lector de los Diarios de Max Aub la breve “Nota preliminar” que el autor escribió para la edición española de 1966 constituye una variante más de un tema en su caso recurrente: el de su frustración como escritor. Sin embargo, resulta muy interesante el ejercicio de estilo que, entre el eufemismo y la autocensura, Aub debió forzosamente realizar en este caso:

            De hecho soy un escritor desconocido en España.
            Entresaco algunos relatos, algunas prosas, unos capítulos sueltos y truncos. Respeto, más que menos, el orden cronológico. Mi obra ha cambiado, como la de todos, al compás del tiempo. Escribí, como la mayoría, según viví. Uno depende del azar y no escoge tanto como se cree, a lo sumo pude decir que no a algunas cosas.
           Con todo no he aprendido mucho, más bien he olvidado; ahora, en los umbrales de la vejez – que ha venido a ser más tardía – miro mi vida y me tengo en menos por no haber hecho más. Me ha faltado rigor, dejándome llevar por mi gusto y cierta irresponsabilidad. No hice sino escribir porque es lo único que me divierte. Llevo la literatura en la sangre. Mi amargura es no ser mejor escritor del que soy.
           Digo, mintiendo: –  Hice lo que pude.
           Ahora, más que nunca, creo en el amor y la amistad; la justicia está en los cielos, inmisericorde – según Cervantes.
           Sólo destazado llego aquí a ojos de los posibles lectores. ¡ Qué le voy a hacer¡ Todo sea por Dios1

           El desconocimiento de Max Aub y de la inmensa mayoría de la obra publicada por los escritores del exilio republicano español era, aún en 1966, una parte del precio a pagar por la Victoria militar fascista en 1939. Y el propio Max Aub, en las primeras líneas de su “Nota Preliminar”, explicaba con claridad ese desconocimiento de su obra literaria como una consecuencia más de la condena al silencio y al olvido impuesta por la dictadura militar franquista contra el exilio republicano. Porque si una dictadura se caracteriza por la falta de libertades democráticas – de libertad de expresión, por ejemplo –, es obvio que ni todas las obras de Max Aub podían publicarse libremente en aquella España franquista de 1966 ni, en esta misma antología de Mis páginas mejores, el escritor exiliado había podido escoger libremente sus materiales literarios.

           He dicho que el propio Max Aub, en las primeras líneas de su “Nota preliminar” de 1966, explicaba las razones de ese desconocimiento con claridad, pero me ha faltado precisar lo fundamental: con demasiada claridad, con una claridad excesiva para aquella censura franquista. Porque, claro está, aquella “Nota preliminar” fue censurada parcialmente. En efecto, una lectura del expediente conservado en el Archivo General de la Administración de Alcalá de Henares nos permite comprobar que sus tres primeras líneas han sido prohibidas y que el texto íntegro escrito por Max Aub en 1966 fue, en rigor, el siguiente:

                     De hecho soy un escritor desconocido en España donde no he podido ni puedo publicar los libros que quisiera.
                     No pudiendo escoger de verdad, entresaco...2

           Estas líneas “rojas” del exiliado Max Aub, esta constatación inapelable de que algunas obras suyas estaban prohibidas por la dictadura militar y no que no gozaba por tanto de libertad de edición en 1966, merecieron ser subrayadas y propuestas para su prohibición por el lápiz rojo del correspondiente censor franquista, tal y como atestigua el documento que adjuntamos. Así, a la autocensura posibilista del propio escritor en la selección de sus propios textos debe sumarse la censura franquista no sólo de algunos fragmentos sino también de la propia “Nota preliminar”.

           Max Aub era en 1966, en efecto, “un escritor desconocido en España”, pero precisamente por ser un exiliado republicano. Y por ello, entre la amargura y la impotencia, concluía aquella “Nota preliminar”: “sólo destazado llego aquí a ojos de mis posibles lectores. ¡Qué le voy a hacer! Todo sea por Dios”. Un Dios inmisericorde que no es el Dios de la justicia, pues según Aub “la justicia está en los cielos, inmisericordes”. Aunque a continuación, ante la larga sobra de la censura nacional-católica, se apresurase a matizar con inteligente ironía: “según Cervantes”.

           Es obvio que la amarga frustración de este escritor “destazado” se evidencia en estas líneas con absoluta claridad y García Posada la constata también al afirmar, con toda la razón del mundo, que “los desterrados fueron víctimas incruentas, pero víctimas al fin, del desastrado conflicto en el que la España legal fue perseguida, aherrojada y destruida. Mas la potencia verbal y de visión del mundo de Max Aub a resistido, sí, los embates del tiempo”3. El republicano exiliado Max Aub, en su “peregrina aventura” como escritor, era una víctima literaria más de la censura impuesta por la dictadura franquista. Y Mis páginas mejores vienen a confirmar, a mi modo de ver, el precio a pagar en 1966 por esa condición de escritor de nuestra “España peregrina”.

           En los Diarios de Max Aub podemos constatar la presencia de la censura franquista como obstáculo para la edición de su obra en España. Por ejemplo, el 19 de diciembre de 1959 anota: “Definitivamente, la censura española decide que no se publique allí La calle de Valverde. Lo siento”4. Y atención al rigor de la censura, porque no se trata de ninguna novela de su serie narrativa de El laberinto mágico sino de La calle de Valverde, cuya primera edición española acabaría por publicarse, con supresiones y correcciones, únicamente en 1968 (Barcelona, Delos-Aymá) y que sólo en la edición preparada en 1985 por José Antonio Pérez Bowie (Madrid, Cátedra) el lector español ha podido conocer íntegra. Y, sin embargo, resulta republicanamente muy significativo que Max Aub concluya su antología de 1966 con unas páginas del capítulo IX de la segunda parte de La calle de Valverde en donde se relata el encuentro entre el personaje de Joaquín y un joven abogado gallego. En este fragmento antologado, Max Aub nos proporciona un curioso testimonio literario del nacimiento de la futura actriz exiliada María Casares, pues esa noche del 21 de noviembre de 1922 y para celebrar el nacimiento de la hija de un abogado gallego, Joaquín se emborracha en una tasca de A Coruña con aquel abogado que resulta ser  precisamente el político republicano Santiago Casares Quiroga.

           Obviar la existencia de la censura durante la dictadura franquista – y más si nos estamos refiriendo a un nombre mítico de nuestro exilio literario como Max Aub – significa escamotear el contexto político en que la obra del escritor pudo empezar a divulgarse  entre nosotros en aquellos años sesenta. Una España del interior en la que vivieron y padecieron muchos republicanos del mal llamado “exilio interior”; un concepto etimológicamente poco riguroso que debiera ser sustituido, por ejemplo, por el de “insilio”, porque aquellos republicanos vencidos no estaban “ex” sino “in”, en la España que los exiliados llamaban entonces la “España del interior”. Ahora bien, que este escamoteo del contexto político lo haga un crítico franquista o de la derecha nostálgica de la dictadura nos puede parecer coherente, pero que lo realice Miguel García Posada – crítico literario del periódico “independiente” El País – resulta, cuanto menos, descorcentante5. Claro que tampoco es una sorpresa total, puesto que, como suele decirse popularmente, en su caso llueve ya sobre mojado. Me refiero a que el propio García Posada es autor de un artículo titulado “Max Aub y el exilio”, columna que el crítico precisamente escribió a propósito de la presentación madrileña de esta reedición de Mis páginas mejores y en la que intervino también el escritor Antonio Muñoz Molina, maxubiano de prestigio reconocido6. Pues bien, vale la pena transcribir íntegramente aquel artículo:

           Con motivo de la presentación de una antología de Max Aub (Mis páginas mejores, Fondo de Cultura Económica), el escritor Antonio Muñoz Molina se revolvía contra quienes siguen utilizando categorías o conceptos tales como exilio o destierro. Conviene abundar en este juicio lleno de sentido común.
           Hacia el año 1966, cuando se publicó la primera edición de esa obra (en la editorial Gredos) Aub era, según sus palabras cargadas de razón, un escritor desconocido en España y un representante bastante notorio de la literatura de la España desterrada, condición ésta que incorporaba bien a su pesar, por la sombría fuerza de los hechos: nada tan patético como La gallina ciega, escrito poco tiempo después, en ocasión de su fugaz regreso a España. Aquella recopilación constituía una bienintencionada tarea de resistencia a la iniquidad y al olvido. Por aquel tiempo, Francisco Ayala salía en algún diccionario como escritor “hispanoamericano”. Una treintena de años después, ese desconocimiento se ha diluido en buena medida y el conocimiento de la obra de Aub parece haberse normalizado merced a la afortunada concurrencia de ediciones y, sobre todo, se ha impuesto su condición de figura significativa de nuestra literatura, más allá de las contingencias de la historia y la geografía.
           Y, sin embargo, los manuales siguen insistiendo en el concepto de exilio. Según eso, el Romanticismo español también fue obra de la España de entonces exiliada: por la Europa liberal deambulaban Espronceda y el Duque de Rivas. Pero perpetuar la distinción entre las dos Españas, la que se quedó y la que se fue, es sobre injusto inexacto. Pero si se adopta el método historicista, Aub se perfila como escritor formado en el periodo de entreguerras y pertenecería a la generación de los nacidos entre 1893 y 1907; si se adoptan categorías distintas, Aub sería un autor neobarroco, como otros. No es en ningún caso un autor de la “España del exilio” o “en el exilio”, etiqueta comodín que permite clasificar a un grupo de escritores en casilla “ad hoc” y no perturba los simplificadores esquemas didácticos. Que no hacen empero de Alberti, Cernuda, Guillén, Prados, Salinas poetas del destierro porque ellos caben bajo el redentor epígrafe del 27. Ya se ve que según la etiqueta se salva uno de la marginalidad o se condena a ella. Max Aub, Arturo Barea, Ramón Sender o Paulino Masip, son narradores españoles que se sitúan en coordenadas estéticas e históricas perfectamente definibles y  así conviene situarlos y valorarlos. ¿Por qué van a estar extramuros de la realidad literaria española “oficial” frente a sus coetáneos Agustí, Foxá, Sánchez Mazas y Zunzunegui? La pereza y la laxitud mental pueden a veces ser temibles, bastante más que las intenciones7.

           Aunque estas opiniones de García Posada prolongan otras anteriores, a mi modo de ver igualmente polémicas, de Francisco Ayala que no es aquí el momento de comentar8, voy a centrarme exclusivamente en el análisis y valoración de algunas de las ideas expresadas por el crítico literario en este artículo periodístico.

           Y quiero empezar por la idea inicial: no hay que seguir utilizando “categorías o conceptos tales como exilio o destierro”, una actitud que para el crítico responde a “la pereza” y a “la laxitud mental” de la mayoría de los historiadores literarios. Así que, si “los manuales siguen insistiendo en el concepto de exilio”, comenten un grave error (pero, ¿a qué benditos manuales se refiere García Posada?). ¿Y por qué ese error? Porque a su juicio – que comparto –, “perpetuar la distinción entre las dos Españas, la que se quedó y la que se fue, es sobre injusto inexacto”. Para él resulta obvio que, “si se adopta el método historicista”, Aub sería de “la generación de nacidos entre 1893 y 1907” y, si hablamos de otras categorías (se supone que estéticas), sería “un autor neobarroco como otros” (¿qué otros?). Así García Posada no se sabe si defiende el método generacional u otras categorías a la hora de historiar la literatura española del siglo XX, pero lo que sí tiene muy claro es que hay que liquidar esa “etiqueta comodín que permite clasificar a un grupo de escritores en casilla ‘ad hoc’  y no perturba los simplificadores esquemas didácticos”. Aceptemos que esta odiosa “etiqueta comodín” no sea útil para los escritores como Max Aub que habían publicado sus primeros libros antes de 1939, tal y como sostenía Ayala en 1984. Pues bien, ¿dónde situar en la historia de la literatura española del siglo XX a escritores como Luis Amado Blanco, Celso Amieva, Manuel Andujar, José Ramón Arana, Virgilio Botella Pastor, Clemente Cimorra, Bernardo Clariana, Álvaro Custodio, Pablo de la Fuente, Gabriel García Narezo, Francisco Giner de los Ríos Morales, Teresa Gracia, Eugenio Granell, Jacinto-Luis Guereña, Cecilia G. De Guilarte, Jesús Izcaray, Manuel Lamana, José Martín Elizondo, José Ricardo Morales, Simón de Otaola, José Antonio Rial o Paco Ignacio Taibo I, por citar algunos de los muchos, muchísimos, que no publicaron en España ninguna obra antes de 1939? ¿Los dejamos en el olvido porque el concepto de exilio es una odiosa “etiqueta comodín” que los condena a la marginalidad según García Posada? Y, por otra parte, ¿dónde situamos las obras de la llamada “segunda generación del exilio”, las novelas, relatos, poemas u obras dramáticas de los llamados “niños de la guerra” como, entre otros, Carlos Blanco Aguinaga, José de la Colina, Gerardo Deniz, Manuel Durán, María Luisa Elío, Jomí García Ascot, Angelina Muñiz Hiberman, Nuria Parés, Federico Patán, Francisca Perujo, Luis Rius, Enrique de Rivas, Roberto Ruiz, Tomás Segovia, Martí Soler o Ramón Xirau?

           Tampoco la alusión de García-Posada al romanticismo merece silenciarse. Porque  las diferencias entre el exilio de aquellos escritores liberales y  el de los republicanos son muy evidentes: en 1939 fue todo un pueblo el que se exilió, es decir, personas de distintas clases sociales, su “ominoso” exilio duró más de una década y la importancia cuantitativa y cualitativa de los intelectuales que hubieron de abandonar España – la mayoría para no volver – fue infinitamente superior al de aquel periodo decimonónico. En cualquier caso, el crítico literario Miguel García Posada, contra esta – a su juicio – odiosa “etiqueta comodín” del exilio, parece defender la vigencia del método generacional y, por ello, quiere ver a todos estos escritores “bajo el redentor epígrafe del 27” u otros epígrafes reverenciales que, éstos sí, la pereza y laxitud mental de nuestros historiadores literarios han consagrado en nuestra literatura del siglo XX. Pero, en rigor, ¿tienen el mínimo fundamento científico estas presuntas etiquetas generacionales? Lo digo porque no creo en absoluto en la vigencia del método generacional como método científico para resolver el complejo problema de la periodización en historia literaria. Y lo digo desde la autoridad moral que me confiere el haber sido impulsor y firmante del Manifiesto de Valladolid “Contra el 98”9, valedero también contra la generación del 14, del 27, del 36 y todas las que vengan a continuación: que, por pereza y laxitud mental, estoy seguro que llegarán. En cualquier caso, parece que unas etiquetas como la del 27 “salvan” y que otras, como la del “exilio”, “condenan” a los escritores a la marginalidad. Pero, ¿no estaremos hablando más bien, al hilo de las ideas de Ayala en 1984, del problema del canon en la historia literaria del siglo XX, que estaba en la raíz de la actitud hostil de Umbral hacia unos escritores del exilio que, a su juicio, estaban sobrevalorados? Porque, desde “su trono literario de plástico”10, nuestro flamante Premio Cervantes – gracias a los oficios marrulleros de Cela y del inefable Pedro J. Ramírez, director del gubernamental El Mundo, periódico en el que Umbral colabora a diario – tronaba hasta hace bien poco contra la sobrevaloración de esos malditos exiliados que amenazaban con dejar a la sombra el santo de su nombre. Pero, ¿no hemos quedado en que – según Ayala y García Posada – la etiqueta del exilio condenaba a una supuesta marginalidad?

           Desde luego que la pereza y la laxitud mental pueden a veces ser temibles, pero lo cierto es que la actitud de García Posada me parece igualmente “temible” porque, contra “el juntos pero no revueltos”, sostiene que hay que integrar a los exiliados en “la realidad literaria española ‘oficial` : la de Agustí, Foxá, Sánchez Mazas y Zunzunegui”. Que hay que integrarlos está claro, lo que no está tan claro es cómo. ¿Hay que integrarlos sin más? ¿Juntos y revueltos? Si están “extramuros”, ¿hay que situarlos “intramuros” y sanseacabó? ¿Pero es verdad que para “normalizarlos” y para que ingresen de una vez por todas en la realidad literaria española “oficial” hay que pagar el mismo precio que nos ha costado la transición democrática, es decir, la amnesia histórica? ¿La Segunda República es un hecho histórico que debe ser “amnésicamente “normalizado”? ¿Hay que silenciar la condición de “exiliado” de Max Aub y de los demás escritores fieles en 1939 a la causa republicana? Pero, ¿no es cierto que una parte de su obra (por ejemplo, la trilogía dramática de Las vueltas o esa obra maestra de la literatura del retorno que es La gallina ciega. Diario español) no se explica precisamente sin el hecho mismo del exilio? ¿Es que se va a negar el pan y la sal a la literatura exiliada, es decir, se va a negar la evidencia de que existe una literatura del exilio entre la literatura del exilio?

           Pasemos ahora a otra cuestión de no menos interés: el tema de la “normalización”. Demos por hecho que la obra de Max Aub, gracias a la Fundación Max Aub y a diversas iniciativas editoriales privadas, está en vías de normalización. Pero, ¿se ha “normalizado” ya el conocimiento de nuestra literatura del exilio republicano español de 1939? Parece claro que el conocimiento de los mejores (los poetas Alberti, Cernuda, Guillén, Prados y Salinas o los narradores Aub, Barea, Sender y Masip) se ha “normalizado”, pero ¿puede decirse lo mismo de la nómina de escritores exiliados antes nombrada? Y por citar el último escritor mencionado por el propio García Posada: ¿el conocimiento de la obra del propio Masip está en rigor “normalizado”? La verdad es que no teníamos esa impresión en Logroño las personas que nos reunimos en 1999 en la Universidad de la Rioja para homenajear al escritor en el Congreso plural “Sesenta años después”11. Podríamos convenir en que el conocimiento de un escritor se ha “normalizado” cuando podemos acceder a todos sus libros en tomos suelto o en una edición rigurosa de sus Obras completas12. ¿Dónde están las Obras completas de Paulino Masip? ¿En qué ediciones españolas podemos leer su obra periodística completa, sus Cartas a un español emigrado (1939), los relatos de Historias de amor (1943), De quince llevo una (1949), La aventura de Marta Abril (1953) y La trampa (1954)  o sus obras dramáticas El hombre que hizo un milagro (1944) y El emplazado (1955) ?

           Y planteemos ahora una cuestión a mi modo de ver clave: claro que puede hablarse, como sostiene García Posada, de Max Aub “más allá de las contingencias de la historia y la geografía”. Pero, entonces, ¿cómo explicar la significación, más allá de esas “contingencias”, de la propia serie narrativa de El laberinto mágico; de los poemas del Diario de Djelfa; de obras dramáticas de su “teatro mayor” como la tragedia San Juan, Morir por cerrar los ojos, Cara y cruz, El rapto de Europa o No; del relato titulado “El remate” o, por último, de La gallina ciega. Diario español?

           Finalmente quiero manifestar que a estas alturas del siglo XXI, con las numerosas ediciones y reediciones de Max Aub, no me parece una iniciativa editorial afortunada la, sin duda, bienintencionada reedición de este libro de 1966. Cuando se pueden leer ya sus novelas sin limitaciones de censura, ¿qué utilidad tiene para el lector maxaubiano actual esta selección circunstancial y posibilista de las presuntas mejores páginas en prosa elegidas por el propio escritor en 1966? Y como en el mal llamado Teatro completo de 1968 (en que faltan El cerco y Retrato de un general, escritos con posterioridad), ¿es que Max Aub no escribió ninguna página narrativa posterior a 1966 que mereciera a su juicio estar entre las “mejores”? Pero lo que me parece auténticamente grave es que se prologue el libro en el año 2000 silenciando por completo las circunstancias de la censura franquista en aquella España de 1966 y que, por otra parte, se defiendan a vuela pluma y con displicente suficiencia algunas opiniones periodísticas que debieran ser, por el contrario, objeto de serena meditación. Por lo menos para los historiadores de la literatura española que, al margen de titulares sensacionalistas de prensa, estamos trabajando y queremos seguir haciéndolo, con un mínimo de rigor profesional, con objeto de que algún día no muy lejano pueda rescribirse la historia de la literatura española del siglo XX y llegarse a “normalizar” el conocimiento de nuestro exilio republicano de 193913.

           Creo que Miguel García posada estará de acuerdo conmigo en que buena parte de nuestra responsabilidad como profesores o como críticos literarios consiste en transmitir con rigor la memoria histórica a los jóvenes alumnos o lectores, a las actuales y futuras nuevas generaciones – que no son sólo, evidentemente, las juventudes del Partido Popular, un partido democrático que, dicho sea de paso, hasta el 20 de noviembre de 2002 no ha tenido a bien condenar explícitamente en las Cortes la sublevación militar fascista del 18 de julio de 1936 –. Y que para transmitir con rigor esa memoria histórica, limpia de las mentiras y deformaciones que nos enseñaron en la escuela franquista, los hechos sociales, políticos o literarios deben situarse en su exacto contexto histórico para poder interpretar así su verdadera significación. Silenciar la existencia de la censura franquista en el caso de la edición de 1966 de Mis mejores páginas de Max Aub creo que constituye un error grave. De lo contrario, corremos el peligro de ser cómplices, por activa o por pasiva, de que los jóvenes nacidos a partir de 1975, alumnos o lectores, puedan condenar a Manuel Fraga Iribarne, ministro franquista de Información y Turismo – y, por tanto responsable político de la censura de Mis páginas mejores de Max Aub en 1966 –,  como un demócrata de toda la vida. De lo contrario, si se sigue el camino apuntado por García-Posada, puede suceder que, dentro de unos años – muchos – muchos menos de los que el lector pueda imaginar si subsiste la actual hegemonía del neo-liberalismo conservador –14, un joven españolito consulte en la escuela – privada, por supuesto – un diccionario histórico o una enciclopedia de divulgación en donde en la voz “Franco, Francisco” pueda obtener la siguiente información: “General bajo cuyo mandato florecieron las artes y las letras”.



1 Max Aub, “Nota preliminar” a Mis páginas mejores, Madrid, Fondo de Cultura Económica, colección Tierra Firme, 2000, introducción de Miguel García-Posada, p.17.

2 Expediente número 1186-66, caja 17086, que se conserva en el Archivo General de la Administración de Alcalá de Henares (la cursiva es mía y corresponde al texto prohibido: ver el texto publicado y el texto escrito por Aub en la reproducción adjunta). NOTA DEL TRANSCRIPTOR: los referidos textos que el artículo de Manuel Aznar se ofrecían al final del mismo, se reproducen aquí: 1: texto publicado; 2: texto censurado.

3 Miguel García-Posada, “La peregrina aventura de Max Aub”, introducción a Mis páginas mejores, ob. cit., p. 7.

4 Max Aub, Diarios (1939-1972), edición de Manuel Aznar Soler, Barcelona, Alba Editorial, 1998, p. 307.

5 Actualmente García Posada es crítico literario del periódico monárquico y conservador ABC.

6 “Destierro y destiempo de Max Aub” fue el título de su discurso de ingreso en la Real Academia Española, leído el 16 de junio de 1996. Por otra parte, “Max Aub: una mirada española y judía sobre las ruinas de Europa” constituye el texto de su conferencia leída en  EL Escorial el 18 de agosto de 1997 en un curso titulado “Max Aub: 25 años después”, que se desarrolló en los Cursos de Verano de la Universidad Complutense. Ambos pueden leerse en Antonio Muñoz Molina, Pura alegría (Madrid, Alfaguara, 1998, pp. 87-118 y 119-138, respectivamente).

7 Miguel García-Posada, “Max Aub y el exilio”. El País (31 de marzo de 2001), p. 4 del suplemento cultural Babelia.

8 Francisco Ayala, “La cuestionable literatura del exilio”, Los Cuadernos del Norte, 8 (julio-agosto de 1981), pp. 62-67.

9 “Contra el 98” (Manifiesto de Valladolid), en AAVV, En el 98 (Los nuevos escritores), edición de José-Carlos Mainer y Jordi Gracia, Madrid, Visor Libros-Fundación Duques de Soria, Biblioteca Filológica Hispana-32, 1997, pp. 177-178.

10 Juan Goytisolo, “El regreso a Ítaca”, El País (28 de julio de 2001), p.15 del suplemento cultural Babelia.

11 AAVV, El exilio literario de 1939, edición de María Teresa González de Garay Fernández y Juan Aguilera Sastre, Logroño, Universidad de La Rioja, 2001, pp. 197-348 (Actas-VIII del Congreso plural “Sesenta años después”).

12 Hasta la fecha han aparecido los seis primeros tomos de las Obras completas de Max Aub, dirigidas por Joan Oleza Simó y publicadas en Valencia por la Biblioteca Valenciana y la Institució Alfons el Magnànim de la Diputació de Valencia desde el año 2001: Obra poética completa, edición crítica, estudio introductorio y notas de Arcadio López Casanova y colaboradores (volumen I, 2001); y El laberinto mágico I (Campo cerrado. Campo abierto), edición crítica, estudio introductorio y notas de Ignacio Soldevilla Durante  y José Antonio Pérez Bowie (volumen II, 2001); El laberinto mágico II (Campo de sangre. Campo del Moro), edición crítica, estudio introductorio y notas de Luis Llorens Marzo y Javier Duch Prats, respectivamente (volumen III-A, 2002; El laberinto mágico II(Campo de los almendros), edición crítica de Francisco Caudet y Luis Llorens marzo, estudio introductorio y notas de Francisco Caudet (volumen III-B) 2002); Primer teatro, edición crítica, estudio introductorio y notas de Joseph Lluís Sirera, con la colaboración de Manuel Diago, Fernando Latorre y Remei Miralles (volumen VII-A, 2002); y, por último, Teatro breve escrito en México. Con Los muertos y El hombre del balcón, edición crítica y estudio introductorio de Silvia Monti, notas y glosarios de Carmen Navarro (volumen VII-B, 2002).

13 En este sentido, el Grupo de Estudios del Exilio Literario (GEXEL) de la Universitat Autònoma de Barcelona organizó en abril y mayo del presente año 2002 un seminario sobre “Exilio e historia literaria” en el que intervinieron cuatro ponentes invitados en tanto historiadores cualificados de la literatura española: Carlos Blanco Aguinaga, Francisco Caudet, José Carlos Mainer e Ignacio Soldevilla Durante. Sus textos pueden leerse ahora en el número 3 de la revista Exilos & Migraciones, editada por la Asociación Española para el estudio del Exilio y las Migraciones Ibéricas Contemporáneas (AEMIC).

14 Cuando en septiembre de 2002 estaba corrigiendo estas pruebas “laberínticas”, la prensa periódica nos informó sobre un hecho absolutamente revelador en este sentido: “La Fundación Nacional Francisco Franco (FNFF) es la institución que más ayuda ha recibido para proyectos archivísticos en los dos últimos años del Ministerio de Cultura. Según informó ayer  El Periódico de Cataluña, la FNFF ha cobrado en ese tiempo cuatro subvenciones y 83.070 euros, lo que equivale al 10’24% de las ayudas totales dadas a proyectos de ese tipo”. (“Los historiadores exigen al Gobierno que abra los archivos de la Fundación Francisco Franco”. El País, Barcelona [20 de septiembre de 2002], p. 39). Pero lo grave es que, desde su fundación en 1977, “la FNFF lleva 27 años poniendo trabas para que los historiadores consulten el archivo”, documentos que, según Santos Juliá, sólo han podido ser estudiados “por el historiador de extrema derecha Luis Suárez Fernández”. Por ello, según la información de El País (el periódico reproduce también las opiniones de historiadores tan cualificados como Antonio Elorza, Santos Juliá, Enrique Moradiellos y Javier Tusell), “los historiadores están en pie de guerra contra la tolerancia del gobierno hacia la Fundación Nacional Francisco Franco, una institución (www.fnff.org) que se fundó en 1977, que preside la hija del dictador, Carmen Franco, y algunos de cuyos fines son ‘difundir el conocimiento del generalísimo en sus dimensiones humana, política y militar’ , así como ‘los logros y realizaciones llevadas a cabo por su régimen político’ y ‘la legalidad y legitimidad del Alzamiento Nacional’ “ . En fin, lo dicho: “General bajo cuyo mandato florecieron las artes y las letras”.

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