UNA EDITORIAL PARA LOS NUEVOS TIEMPOS: CIENCIA NUEVA

(1965-1970)

Francisco Rojas Claros, Universidad de Alicante

(Publicado en "Revista Historia del Presente, Departamento de Historia Contemporánea de la UNED, Madrid, 2005,
pp. 103-120. Edición a cargo de  MUÑOZ SORO, Javier ).

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Una editorial para los nuevos tiempos: Ciencia Nueva (1965-1970)*

Introducción

      Existe cada vez mayor consenso en que el proceso de transición a la democracia en España no puede llegar a entenderse en su totalidad sin tener en cuenta la existencia de una etapa precedente, de una duración aproximada de unos quince años, caracterizada por un desarrollo socioeconómico sin precedentes, en que el régimen franquista buscaba legitimarse como una nueva estrategia para adaptarse a los nuevos tiempos sin cambiar en lo esencial[1]. Ahora bien, partimos de una premisa clara: que la modernización, por sí sola, no conduce necesariamente a la estabilidad. Nuestro interés radica fundamentalmente en identificar cuáles fueron los motores que permitieron el cambio cultural y la transformación de las mentalidades acontecidos durante los años sesenta y primeros setenta, y que tendrán como consecuencia un progresivo proceso de deterioro del sistema político, un proceso, en definitiva, de “transición cultural”[2], previo e indispensable al de transición política iniciado desde mediados de los años setenta. Para ello es preciso esclarecer qué tipo de ideas comenzaron a difundirse en nuestro país durante aquellos años, cual era su procedencia y cual su verdadero alcance y resonancia en dicho proceso. Y, para ello, disponemos de diversos indicadores esenciales, los auténticos vehículos de transmisión de tales ideas, entre los que cabe destacar la producción bibliográfica de ciertas editoriales –minoritarias, pero de suma importancia– situadas en la vanguardia cultural del momento, sin dejar de lado el papel importantísimo jugado por revistas como Triunfo y Cuadernos para el Diálogo, entre otras cosas.

     Con tales pretensiones, la elección de Ciencia Nueva S.L. no es casual, al tratarse de una editorial pionera en cuanto a publicación de libros de corte marcadamente político e ideología disidente con los postulados tradicionales del régimen. Editorial nacida en 1965, verdadero símbolo del cambio generacional característico de la época, ejercerá una notable influencia en la recuperación de las armas ideológicas y políticas anteriores a la guerra civil, y supondrá la creación de una plataforma para la difusión de las ideas más vanguardistas procedentes de dentro y fuera de nuestras fronteras. Todo lo que permitiera, en definitiva, socavar los cimientos del régimen franquista. Y desde luego, la dictadura acabó considerándola una verdadera amenaza, no sólo porque acabó cerrándola, sino porque en 1972, dos años después de su eliminación, todavía seguía incluida en las listas negras del Ministerio de Información y Turismo[3].

La génesis de la editorial y sus primeras colecciones

     Aún hoy podemos afirmar que es mucha la confusión y el desconocimiento que se tiene sobre una editorial que tuvo tanta trascendencia, situación muy bien definida por el profesor Roberto Mesa: «Por entonces, se hablaba de una editorial extraña, llamada ‘Ciencia Nueva’, que se empeñaba en dar a luz a autores poco conocidos o absolutamente neófitos; también se decía, entre los más enterados, que tras el negocio se ocultaba una empresa intelectual del partido comunista»[4]. Fue fundada en Madrid por un grupo de doce jóvenes universitarios, estudiantes de Filosofía y Letras en su mayoría, algunos de los cuales contaban con importantes vinculaciones con el PCE. Sus nombres eran los siguientes: María Teresa Bort León, José Esteban Gonzalo (más conocido como Pepe Esteban), Valentina Fernández Vargas, Javier Gallifa Olive, Rosario de la Iglesia Ceballos, Alberto Méndez Borra, Luis Lorenzo Navarro, María Rosa de Madariaga Álvarez Prida, Jesús Munárriz Peralta, Lourdes Ortiz Sánchez, José Carlos Piera Gil, y Rafael Sarró Iparraguirre. El “hombre fuerte” del PCE dentro de Ciencia Nueva era Jaime Ballesteros y, antes de su detención, a través suyo se habían afiliado algunos de los que algo más tarde fundarían la editorial.

      Ellos fueron quienes formaron, en octubre de 1965, la Editorial Ciencia Nueva como una sociedad mercantil de responsabilidad limitada, con el propósito declarado de dedicarse a «la edición y publicación de todo género de obras de carácter científico, filosófico, lingüístico, histórico, religioso, artístico, arqueológico, económico, político, jurídico, sociológico, y cualquier otro aspecto cultural», así como «la edición y publicación de todo género de obras de carácter literario, ensayo, novela, poesía, cine, teatro y bellas artes». Una empresa editorial cuyo nombre procede de una cita de la obra Principios de una Ciencia Nueva de Giambattista Vico, «un arte crítico que nos sirva de antorcha para distinguir lo verdadero de la historia», tal y como se indica en el colofón de la primera de sus publicaciones[5].

     Ciencia Nueva fue una editorial modesta, artesanal, pero muy dinámica, capaz de aprovechar la convulsa coyuntura del momento. El organigrama de la empresa lo componían una Junta General de Socios, un Consejo Editorial y un organismo director compuesto por tres administradores[6]. Todo ello, regido por un espíritu democrático, mediante la fórmula “un socio, un voto”, independientemente de cual fuera su aportación económica y laboral. Ahora bien, obviando que entre las motivaciones secundarias de su fundación estuviese, naturalmente, la creación de una salida profesional y laboral a medio plazo, una cosa estaba clara: la editorial no nacía buscando el lucro. Como afirma el propio Jesús Munárriz, «Ciencia Nueva fue un intento de abrir brecha, incordiar al régimen, hacer lo que no se podía hacer, ensanchar las grietas que veíamos que existían y ver si podíamos reformar y forzar un poco la cosa. Y supongo que algo hicimos»[7].

       Así, con un capital inicial declarado de 500.000 pesetas, aportado por sus miembros en cantidades desiguales, y con una prácticamente nula preparación en el mundo de la edición, se inició la aventura editorial, a la que inmediatamente se añadió la inestimable colaboración de Jaime Ballesteros, una de las principales figuras del PCE en el ámbito universitario madrileño de aquellos años. Y no sería el único. A la lista de los trece fundadores irían añadiéndose otros nombres de la importancia de Valeriano Bozal, Antonio Elorza, Domingo Plácido, Manuel Sacristán, Gustavo Bueno, Roberto Mesa, J. Antonio Méndez, Rosario de la Iglesia y otros cuya colaboración resultaría igualmente fundamental. La dirección de la empresa recayó desde el principio sobre Jesús Munárriz, quien la mantendría de facto hasta prácticamente el fin de la editorial, y el diseño de las portadas correspondería al hoy célebre diseñador gráfico Alberto Corazón, por aquel entonces en los inicios su carrera.

        En la revista Triunfo, Eduardo G. Rico dio la bienvenida a la editorial con un comentario de gran riqueza para la contextualización de la misma en el ámbito cultural de su época, en el que destacaba la labor de una «acción minoritaria, pero proyectada hacia la inmensa mayoría, de numerosos grupos juveniles», situando a Ciencia Nueva en la línea, no tanto del catolicismo de vanguardia de Nova Terra y Fontanella, sino más bien de editoriales como Ariel, Ediciones de Occidente, Tecnos o el mismo Fondo de Cultura Económica, editoriales, a su juicio «comprometidas en una tarea científica de muy ancho frente». Para García Rico, la primera colección de esta nueva editorial constituía «un excelente programa para la batalla en contra del desarrollo cultural, y a favor de una formación crítica y de la extensión de un criterio desmitificador»[8].

       Esa colección, la primera y la que alcanzaría sin lugar a dudas mayor prestigio, recibió el mismo nombre que la editorial, y su primer libro, Ciencia y Política en el Mundo Antiguo, de Benjamin Farrington, causó verdadera conmoción. Estaba traducido por Domingo Plácido, se trataba de un libro marxista “al uso”, en el que decía, en síntesis, que en la Antigüedad ciencia y religión, pensamiento en suma, estaban limitados por la superestructura emanada de las oligarquías, donde la supuestamente mal llamada “superstición popular” vendría impuesta por las elites dirigentes. Había llegado el momento en que cualquier ciudadano, de cualquier condición, podía adquirir una obra marxista de primer orden, sólo con acercarse a la librería. En palabras del profesor Andrés Martínez Lorca, su efecto, al parecer, tanto en el mundo estrictamente académico como en el estudiantil «fue tan contundente como la carga de la policía frente a los comedores universitarios, aunque no tan violento»:

«La primavera de 1965 con el brusco despertar de la Universidad Complutense a la lucha democrática, acabó con la larga siesta franquista. Casi en coincidencia con aquellas inolvidables semanas de masivas conferencias, agitadas asambleas, manifestaciones violentamente reprimidas, frecuentes detenciones y arbitrarias repulsiones de ilustres catedráticos, apareció silenciosamente en las librerías un polémico libro: Ciencia y Política en el Mundo Antiguo. Por vez primera se traducía al castellano una obra de Benjamin Farrington. A Ciencia Nueva, editorial de fecunda, difícil y corta vida correspondió tal mérito»[9].

       Pero también en el siguiente título, La evolución de la sociedad, de Vere Gordon Childe, prologado por Sir Mortimer Wheeler y traducido por María Rosa de Madariaga la situación expuesta resultaba análoga a la anterior. Obra manifiestamente marxista, venía a indicar cómo cualquier sociedad podía ver frenada su evolución por las resistencias ofrecidas por sus propias estructuras económicas y políticas. La doble lectura, era evidente. Sin embargo, se trataba al fin y al cabo de un libro sobre la prehistoria de la Humanidad, y no había razón aparente para no autorizarla. Dos años más tarde, en 1968, vería la luz una segunda obra del mismo autor, Los orígenes de la Europa Contemporánea, quizá menos sugerente que la primera. El tercer título publicado fue Avicena o la izquierda aristotélica, de Ernst Bloch, traducido por Jorge Deike Robles.

       Las obras de Ciencia Nueva gozaron de inmediato de gran aceptación, con una tirada de entre tres y cuatro e incluso cinco mil ejemplares por edición, alcanzando algunos títulos las tres ediciones consecutivas. Desde el principio podía verse que aquello era algo nuevo, y de gran calidad. No es extraño que, a los pocos meses de su reciente creación, empezaran a aparecer críticas, comentarios y recensiones favorables en las principales revistas de corte progresista del momento. En cuanto al éxito en la difusión de sus obras, parece claro que llegó a través de dos ámbitos: el universitario, y el obrero, gracias sobre todo a su política de distribución. En Madrid, era Visor la empresa distribuidora; en Barcelona, la Librería Les Punxes; pero para el resto de provincias se creó una red de distribución basada en pequeños representantes por catálogo. En la cual, según parece, Jaime Ballesteros tuvo mucho que ver, al aprovechar parte de la infraestructura del PCE para tal fin, contratando casi exclusivamente a militantes, lo que sin duda iría despertando inquietudes crecientes entre el personal de la administración franquista.

       Muy poco tiempo después del nacimiento de Ciencia Nueva, aparecería en el panorama cultural la Editorial Cuadernos para el Diálogo S.A. (Edicusa), cuya labor alcanzaría sin duda mayor trascendencia, nacida en principio como una prolongación de la propia revista. Sin embargo, es un hecho poco conocido que Edicusa fue accionista y colaboradora de la editorial Ciencia Nueva. Según Rafael Martínez Alés, «desde el principio nos pareció un proyecto interesante. Además, demostraron ser gente muy capaz, con mucho empuje, de ahí que decidiéramos brindarles todo nuestro apoyo»[10]. De hecho, puede constatarse como poco después, la propia revista serviría de principal plataforma publicitaria para la promoción de la misma.

       A principios de 1966 vería la luz la segunda colección, “Los Complementarios, de Ensayistas Españoles Contemporáneos”, bautizada así en homenaje a Antonio Machado. Estuvo dirigida por Jaime Ballesteros, quien, cumplida una leve condena por delitos políticos en Burgos, a propuesta de los fundadores y con el beneplácito del PCE, se puso al frente de esta colección. Y la organizaría, en cierta medida, como una plasmación práctica de la doctrina de reconciliación nacional, publicando a autores de todo signo opuestos al régimen. El título de esta colección poseía un claro valor simbólico, como ha explicado el propio Jaime Ballesteros:

«Nosotros tomamos el título de la antología de Machado que llevaba ese nombre; lo tomamos como una cosa ‘machadiana’. Machado no era marxista pero sí una figura extraordinaria en aquella época, todo un símbolo. Y muchos (de ello nos había prevenido ya Enrique Tierno Galván, de quien intentamos publicar infructuosamente un par de títulos, porque el Ministerio de Información y Turismo nos los denegó) lo interpretaron como que los ensayistas españoles eran una especie de complementarios de los extranjeros, como una especie de subalternos del pensamiento; pero sólo era una forma de ligarnos al símbolo de Machado, y así lo hicimos saber, aunque la confusión se mantuvo, creo yo, hasta el final»[11].

       En cuanto a su curioso logotipo, un pequeño gallo de color rojo, también tenía una simbología clara para la época: estaba tomado de la canción-protesta Gallo Rojo, Gallo Negro, de Chicho Sánchez Ferlosio[12]. La obra que inauguró la colección fue Cine español en la encrucijada, del crítico César Santos Fontenla, activo colaborador de la revista Triunfo. En ella se ofrecía una amplia panorámica del cine español, de su historia y de la tremenda y prolongada crisis por la que venía pasando, y de donde era necesario salir. Su lanzamiento gozó de gran éxito por dos razones: por un lado, la gran resonancia del coloquio que organizó Triunfo sobre el asunto con motivo de su publicación[13]; por otro, por la novedosa campaña de lanzamiento ideada por Rafael Sarró, uno de los principales fundadores de la editorial. Según Munárriz:

«...de ese libro hicimos un lanzamiento interesante. Ello se debió a Rafael Sarró, uno de los fundadores, de vocación publicitaria (de hecho, ha prosperado en ese camino y ahora es uno de los grandes del país), quien se fue a una imprenta de torerías, de carteles de toros y fútbol, y encargó quinientos carteles en rojo y negro, con una leyenda que decía más o menos ‘Cine español en la encrucijada: el problema del cine español’. El gran éxito de César Santos Fontenla, publicado por CIENCIA NUEVA’, con lo que se despertó todo Madrid preguntándose qué libro sería ese. Fue una campaña que llamó muchísimo la atención porque a nadie se le había ocurrido hasta entonces lanzar un libro en este país de aquella manera»[14].

La Ley de Prensa e Imprenta de 1966 y la creación de “Cuadernos Ciencia Nueva”

       El punto de inflexión de la década lo encontramos en la promulgación de la Ley de Prensa e Imprenta de 1966, también conocida como “Ley Fraga”. Ley que sólo supuestamente eliminaba la censura previa, dada la ambigüedad y la imprecisión de las restricciones impuestas (reflejadas en el célebre artículo 2º), y la gran cantidad de facultades que concedía a la administración, reforzadas a lo largo de la década con nuevas disposiciones más restrictivas si cabe en el ejercicio de la libertad de expresión, como fueron la reforma parcial del Código Penal, que elevaba a la categoría de delito las limitaciones del artículo 2º, o la Ley de Secretos Oficiales de abril de 1968[15]. Pero, aun así, la ley marcó el verdadero punto de arranque de lo que podríamos llamar un movimiento de cultura alternativa a la oficial.

Teniendo en cuenta la precaria situación económica de la editorial, y frente a otras entidades que renunciaron abiertamente a acogerse a la “consulta voluntaria” como fórmula de salvaguarda (caso de Edicusa), Ciencia Nueva hizo uso de ella desde el principio. Por una parte, obligada por las circunstancias (dadas las trabas administrativas que interpuso el MIT desde el principio con tal de no permitir su inscripción en el Registro de Empresas Editoriales[16], y porque el secuestro de una sola de sus obras habría resultado catastrófico). Pero también porque resultaba imprescindible para llevar a cabo su política de divulgación, cuya estrategia estaba basada en la presentación masiva de obras culturales y políticas de toda índole, con la esperanza de que algunas lograsen sortear la criba de la censura. La estrategia, inscrita perfectamente dentro de los márgenes marcados por la ley, acabó tropezando con un escollo no previsto: el propio Negociado de Ordenación Editorial elaboraba cuidadosos informes, entre otras cosas, de las obras denegadas y su procedencia, uno de los factores que colocaron a Ciencia Nueva, desde fechas muy tempranas, en el punto de mira del Ministerio.

       A lo largo de 1966, el catálogo de la editorial fue ampliándose de forma paulatina, al igual que el número de socios. En la colección “Ciencia Nueva”, se publicó El Universo de la ciencia-ficción, de Kingsley Amis, traducido por José Antonio Méndez. En esta obra el novelista británico reivindicaba el papel de este injustamente denostado género literario, en el que, sin embargo, «están expresados el temor y las frustraciones de una sociedad en decadencia, y a menudo, una crítica social y política de las instituciones allí donde la censura la prohíbe abiertamente» (según se dice en el texto de la contraportada). En la publicidad aparecida en Cuadernos para el Diálogo, se anunciaba con el eslogan «¿Hay una ideología política implícita en la literatura de ciencia ficción?»[17]. También se publicó La lingüística española del Siglo de Oro, de Werner Bahner, a cargo de Jesús Munárriz, obra de importancia filológica indiscutible para su tiempo.

       Por otra parte, de la colección “Los Complementarios” hubo tres publicaciones más. El segundo título, Política y sociedad en el primer Unamuno, 1894-1904, de Rafael Pérez de la Dehesa, se trataba de un trabajo riguroso sobre la primera etapa intelectual del filósofo, a la vez que se trazaba una interesante caracterización de la época de la Restauración, no sólo de los partidos del turno, sino también del movimiento obrero, los orígenes del PSOE, del anarquismo en España, etc, una obra cuya publicación quizás hubiera resultado impensable apenas unos meses antes. También Ortega y D’Ors en la cultura artística española, de Vicente Aguilera Cerni, que trataba sobre las aportaciones de ambos autores, reivindicándose a su vez su polémica figura; Realismo, entre el desarrollo y el subdesarrollo, de Valeriano Bozal, una visión del arte en clave puramente marxista, con temas como el realismo soviético o el arte como mercado, constituyendo, según se dijo en Triunfo, «una aportación objetiva con criterio desmitificador»[18]; y también Miseria de la ideología urbanística, de Fernando Ramón, una obra que servía para criticar un crecimiento desmesurado de las ciudades donde, precisamente, la planificación urbanística brillaba por su ausencia.

     Ese mismo año de 1966 se completaría con la creación de la colección “Cuadernos Ciencia Nueva”, una de las de mayor éxito. Se trataba de una colección de libritos de bolsillo muy económicos, claramente en la línea de las publicaciones de ZYX[19]. Se planteó inicialmente como plataforma para publicar determinadas conferencias celebradas en el Club de amigos de la Unesco de Madrid, con lo que, para el Ministerio de Información y Turismo, quedaba demostrada la tendencia filocomunista de la editorial. Y aunque sólo llegó escasamente a los quince títulos, sería considerada por la administración como una de las colecciones más peligrosas de su tiempo, por la explosiva combinación ideología disidente a bajo precio.

       Cervantes humanizado, de Ramón de Garciasol y Arturo del Hoyo, fue la primera obra de la colección, una visión “más humana” de la figura del escritor (verdadero símbolo, recordémoslo, de la “nación española”), del hombre que, a juicio de sus autores, supo retratar la realidad y los males de su tiempo. Pero Los Derechos Humanos, segundo título de la colección, resulta más interesante desde el punto de vista de nuestro estudio. Los autores, José Luis Aranguren y Ramón Tamames, afirmaban abierta y explícitamente que España no cumplía con lo declarado en dicha Carta fundamental, y así lo hacían saber con una cita en la contraportada de Jaime Torres Bodet, ex director general de la UNESCO. A pesar de todo, la obra pudo ser publicada.

1967 y la aparición de Los Clásicos

      El año 1967 es importante para los fondos de la editorial por la creación de otra de sus importantes colecciones, “Los Clásicos”, nacida para difundir textos considerados “heterodoxos”, de autores clásicos de dentro y fuera de nuestras fronteras. La publicidad insertada en Cuadernos para el Diálogo sobre la colección, incluía el siguiente mensaje: «Al lanzar su colección ‘Los Clásicos’, la Editorial Ciencia Nueva se propone dar a conocer de un modo vivo el pensamiento clásico directamente comprometido con la historia. Aún vigente y extraordinariamente fecundo, este pensamiento –y esa es la razón de su clasicismo–, nos ayuda a comprender también el tiempo presente»[20]. Su primera obra, En defensa de las Cortes, con dos apéndices, uno sobre la Libertad de Imprenta y otro en Defensa de los Derechos de Reunión y de Asociación, de Álvaro Flórez Estrada, con edición a cargo de Jesús Munárriz, resultaba un claro ejemplo ilustrativo del espíritu de toda la colección, donde uno de los elementos fundamentales radica en la analogía -claramente establecida a lo largo del prólogo– entre el régimen fernandino y el franquista.

      Formaciones Económicas Precapitalistas fue el primer texto de Marx que Ciencia Nueva logró publicar, todo un hito. No se trataba, evidentemente, de una de sus obras más importantes, pero era “un Marx”, al fin y al cabo. Traducido por Gregorio Ortiz y prologado por Juan Carlos Rey Martínez, contaba con una jugosa introducción de Hobsbawm. Entre otros títulos de la colección estaban Artículos Políticos, de Mariano José de Larra (selección, introducción y apéndices de Lourdes Ortiz); Cándido o el Optimismo, de Voltaire (versión traducida por Leandro Fernández de Moratín, y en cuya introducción Jesús Munárriz incidiría especialmente en las vicisitudes de la propia traducción de Moratín); Sobre España, del nacionalista cubano José Martí (compilación de escritos de Andrés Sorel), que venía a romper con su publicación otro de los tabúes del régimen; Segunda parte de la vida de Lazarillo de Tormes, Sacada de las Crónicas Antiguas de Toledo, de H. de Luna (el prólogo escrito por Inés Chamorro Fernández ofrecía una visión de la historia moderna de España mucho más crítica que la ofrecida tradicionalmente por el régimen); o Las Luchas de Clases en Francia, 1848-1850, de Marx, con una introducción de Engels. Y con éste eran ya dos los textos, en este caso fundamental, de Marx publicados en la colección. Otro título cuya sola propuesta de publicación hubiera sido imposible poco tiempo atrás era La Inquisición y los españoles, de Juan A. Llorente, con prólogo de Valentina Fernández Vargas, pues una crítica alegórica al régimen en toda regla.

       Paralelamente, la colección “Ciencia Nueva” fue creciendo en títulos de gran interés. Con Problemas de la generación joven, de Ernst Fischer, a cargo de Antonio Gallifa, se ofrecía una explicación marxista acerca de los problemas de los jóvenes en el rechazo a la sociedad de consumo de los países industrializados. Una temática y unas propuestas que, como podemos suponer, despertarían indudable interés entre los círculos estudiantiles y académicos a los que iba dedicado. Prueba de ello es que en Triunfo fue considerado el mejor título de su catálogo hasta la fecha[21]. De Samuel Lilley se publicó su famosa obra Hombres, máquinas e historia, traducida por Gregorio Ortiz. A modo de síntesis, habría que decir que para Lilley existe un determinismo en la historia, una dialéctica según la cual toda sociedad está preparada para alcanzar un determinado nivel tecnológico, llegado al cual se produce una ruptura, una revolución, que sienta las bases hacia el estadio siguiente. En ese sentido, el sistema capitalista habría alcanzado ya su máximo desarrollo, donde la contradicción tecnología-estructuras resultaría más que evidente; la guerra y la división de clases serán elementos definitivamente abolidos gracias a una nueva era de la automatización, que se dará con la inminente llegada de la sociedad socialista, instaurándose un nuevo orden de paz y abundancia.

      Argumentos sobre el Socialismo, de Maurice Dobb, traducido por Antonio Gallifa, estaba en la línea del anterior, pero aún iba más allá en sus planteamientos. Que el Ministerio tolerase su publicación resultaba todavía más sorprendente. Para el autor, la transición al régimen socialista –estadio superior al capitalismo en todos los sentidos– era irrealizable por vía de la reforma, dadas las evidentes resistencias que encontraría dicho proceso, de ahí que la solución que proponía era la de actuar con contundencia, por medio de una revolución social en toda regla. La transición del feudalismo al capitalismo, traducido por Ramón Padilla, recogía las aportaciones de una serie de historiadores marxistas británicos, dedicados a estudiar dicho fenómeno en Inglaterra, prologado por Maurice Dobb. Como vemos, “cambio” y “transición” eran conceptos clave en gran parte de la producción bibliográfica de esta editorial.

       Las dos obras siguientes, Lo verosímil fílmico y otros ensayos de estética, de Galvano Della Volpe, traducida por Alberto y Juan Antonio Méndez Borra, y Para una sociología de la novela, de Lucien Goldmann, por Jaime Ballesteros y Gregorio Ortiz, ofrecían nuevas perspectivas estéticas y, no por ello, menos políticas. Hegel y los orígenes de la dialéctica, de Gottfried Stiehler («hijo de familia obrera» según se indicaba en la contraportada del libro, como si la extracción social del autor, humilde en este caso, añadiera calidad adicional a la obra), traducido por Simón Marchán Fiz, apuntaba interesantes claves para adentrarse en el pensamiento de Hegel en toda su complejidad desde una perspectiva claramente marxista. Mientras que ¿Herejía o revolución? El movimiento husita, de Josef Macek era la primera obra publicada en nuestro país sobre este fenómeno.

       Por otra parte, la oferta de la colección “Los Complementarios” fue algo más escasa, pero de gran importancia. Marx o la crítica como fundamento, de Manuel Ballestero, recogía un conjunto de ensayos de contenido filosófico sobre el pensamiento de Kierkegaard, Sartre y el “joven Marx”, todo ello, según el autor, para hacer llegar al lector al «mundo de las ideas», frente a la alienación que suponía la sociedad de consumo. Según Elías Díaz, la obra contenía elementos de singular importancia para un entendimiento a fondo del marxismo, sobre todo en la línea del diálogo y la crítica de la filosofía dialéctica en relación con el existencialismo, como aportación propia del autor[22]. En cuanto a El colonialismo en la crisis del XIX español, fue el primer libro de Roberto Mesa y significó una aproximación –positivamente valorada por Manuel Tuñon de Lara desde las páginas de Cuadernos para el Diálogo[23]– al momento histórico de la abolición de la esclavitud en las últimas colonias españolas en América, y cómo se intentó sustituir dicha mano de obra esclava por otra barata e igualmente explotada. Además, con Pruebas, de Max Aub, una colección de ensayos sobre diversos aspectos de la cultura en España, Ciencia Nueva lograba conectar con una de las más brillantes figuras del exilio español, mientras que Lecturas, I: Goethe, Heine, recogía dos artículos del pensador marxista Manuel Sacristán.

      En cuanto a “Cuadernos Ciencia Nueva”, sólo se publicó un título durante ese año, Realismo, arte de vanguardia y nueva cultura, del marxista portugués Urbano Tavares, traducida por Juan Eduardo Zúñiga. Donde el autor defendía, entre otras cosas, la necesidad de una nueva cultura como síntesis de una nueva conciencia estética y de una concepción socialista del mundo y del futuro, donde resultaba vital la libertad de expresión, concibiendo además cultura e información como eficaces armas revolucionarias.

Esplendor de Ciencia Nueva y crecientes dificultades

El año más prolífico de Ciencia Nueva será, con diferencia, 1968, con cuarenta y un títulos publicados entre las distintas colecciones que estamos describiendo. Al llegar a este punto conviene destacar que uno de los principales intereses de los miembros de la editorial era asentarse con firmeza en el núcleo cultural catalán. De la distribución ya habíamos comentado que se estaba encargando la Librería Les Punxes, mientras que la publicidad quedaba a cargo el importante semanario catalán Serra D’Or, a través de anuncios publicados en lengua catalana. Sin embargo habría que añadir que uno de los más firmes enlaces que tuvo la editorial con dicho núcleo estuvo en la figura tutelar de Manuel Sacristán. Socio, tutor y colaborador de la editorial desde sus inicios, había conseguido adjudicarles la distribución de los libros de Grijalbo durante un año con el fin de facilitarles algo de empuje económico para la impresión de sus primeros libros. Pero Sacristán quiso implicarse todavía más, entusiasmado por el interesante proyecto de creación de una filial en Barcelona que, dirigida por él y bajo el nombre de Ciència Nova S.L., publicase obras en catalán[24]. La iniciativa no llegó a cuajar: sobre todo porque el cierre prematuro y traumático de la empresa (del que hablaremos en el siguiente apartado) impidió su definitiva organización, pero sospechamos que sin duda dejó su impronta en la creación de una de las colecciones que alcanzaría mayor trascendencia en el panorama universitario de su tiempo, nacida precisamente al socaire del boom editorial de 1968: la prestigiosa colección “Ariel Quincenal”, de la editorial Ariel, empresa a la que Sacristán estaba también estrechamente vinculado.

       Conviene señalar además, durante el año 1968, el nacimiento de la última de las colecciones de la editorial[25], que llevó por título “Las Luchas De Nuestros Días”, centrada en la política internacional, tratando especialmente los conflictos derivados de la descolonización, en el contexto de la guerra fría. Estuvo dirigida por el Profesor Roberto Mesa, a quien Ciencia Nueva, en la colección “Los Complementarios”, había publicado su primera obra; ahora se convertía en un activo colaborador. La colección constó de sólo tres títulos, (hubo un cuarto previsto, sobre el problema de Palestina, que quedó en el aire), pero, salvo el primero de ellos, Vietnam, conflicto ideológico, cuyo autor fue el propio Roberto Mesa, el resto gozó del éxito de las colecciones anteriores, sobre todo por estar solapada con la colección “Ciencia Nueva” y algunos títulos de “Cuadernos Ciencia Nueva”. De ahí que interesantes obras como África, orígenes de la revolución, de Jack Woddis, y La revolución campesina en Vietnam del Sur, de Le Chau, traducidas por Gregorio Ortiz y Margarita González Liebmann respectivamente, no tuvieran la difusión esperada.

En la colección “Ciencia Nueva”, Thomas Münzer: Teólogo de la revolución fue la segunda y última obra de Ernst Bloch publicada por la editorial (traducida al igual que Avicena... por Jorge Deike), en la que se entronca revolución social y reforma religiosa. Las tachaduras de la censura afectaron a más de cincuenta páginas antes de autorizar su publicación pero, no obstante, estando firmado el contrato y pagados los derechos, la editorial siguió adelante y el libro pudo ver la luz a pesar de semejante mutilación. Lo masculino y lo femenino en la sociedad contemporánea, de Anne-Mariede Rocheblave-Spenlé y Daniel Lagache, traducida por Lourdes Ortiz, venía a explicar cómo la diferenciación de roles en la sociedad responde a criterios eminentemente psicológicos, algo que cobraba todo su sentido en una fase ascendente de las reivindicaciones feministas. La revolución científica, de John Moss –a cargo de Pablo Virumbrales– entroncaba con el estudio de Samuel Lilley y compartía con este autor su optimismo por la ciencia, denunciando el uso monopolístico que el capitalismo hace de ella, junto a los incesantes recortes en investigación realizados por los sucesivos gobiernos de Gran Bretaña, cuya mayor preocupación ha sido «retrasar la expansión del socialismo, el único sistema que hasta hoy ha demostrado que puede utilizar la Ciencia en beneficio de la mayoría del pueblo»[26]. Por otra parte, Desarrollo económico, subsistencia y decadencia en España, de J. Gentil Da Silva (traducido por Valentina Fernández Vargas), representaba un esfuerzo por aplicar la investigación multidisciplinar, en este caso a la historia moderna de España, mientras que Vida e ideas de Robert Owen, de A. L. Morton (traducido por E.G. Acha-Wigne-San), ofrecía una introducción a la vida y el pensamiento de este célebre socialista utópico. Otros títulos importantes de la colección fueron Relaciones entre la lógica formal y el pensamiento real, de Jean Piaget y Evert Willem Beth, y Montesquieu, la política y la historia, del célebre filósofo marxista Louis Althusser (en traducción de María Esther Benítez)[27].

       Por su parte, en “Los Complementarios” vieron la luz seis nuevos lanzamientos. El campo, los pobres, los ricos, la opinión, USA y etcétera, de Chumy-Chúmez, presentaba una novedad en el panorama ensayístico español, al ofrecer una colección de chistes gráficos del autor como obra de ensayo. Integración y lucha de clases en el neocapitalismo significaría el principal vínculo de la editorial con José Ramón Recalde. Con Aproximación a una estética de la música contemporánea, de Luis de Pablo, la editorial se adentraba en el ámbito de la música, y con Por ejemplo, doscientas, de Félix Grande, en el literario. Otra de las novedades interesantes de la colección durante ese año fue Nueve cartas a Berta, de Basilio Martín Patiño, guión de la película del mismo título que tanto éxito cosechó entre los círculos intelectuales de su época. En cuanto a Realismo y conciencia crítica en la literatura gallega, de Jesús Alonso Montero, era una reivindicación de la lengua y la cultura gallegas, pues también tenían cabida en la colección las reivindicaciones nacionalistas, otro de los elementos de cultura de resistencia frente al régimen.

       Al mismo tiempo, las novedades de “Cuadernos Ciencia Nueva” fueron numerosas, abarcando un amplio abanico de temas de actualidad, tales como sociología y denuncia social, urbanismo, psiquiatría y marxismo, historia y memoria, política internacional,... Las obras que podríamos catalogar como de sociología y denuncia social, fueron dos. El campo andaluz, del periodista católico Pedro Mario Herrero, fue anteriormente publicada en forma de artículos en el diario Ya, y significaba una durísima denuncia del estado de subdesarrollo de una parte importante de la población andaluza (especialmente, jornaleros y campesinos), mientras que Hombre, tierra y dependencia en el Campo de Gibraltar (un estudio de campo en una zona subdesarrollada), de Juan Maestre Alonso, hacía lo propio sobre el área circundante de la colonia inglesa.

       Sobre urbanismo tenemos Antecedente de un urbanismo actual: la Ciudad Lineal, de Fernando Terán, quien aprovechaba los postulados urbanísticos dados por Arturo Soria y Mata en 1882, para criticar de forma manifiesta la caótica planificación urbanística fruto del Desarrollismo de los sesenta.

      Por otra parte, del psiquiatra marxista Carlos Castilla del Pino se publicaron dos obras. El humanismo <<imposible>>: estructura social y frustración, estaba constituida a partir de dos conferencias del autor en clave claramente anticapitalista y socializante, mientras que La Alienación de la Mujer, de gran difusión en la época (hasta 3 ediciones consecutivas, de 1968, 1969 y 1970 respectivamente), se trataba de otra de sus conferencias, a partir de una copia editada en ciclostil por los propios estudiantes.

      En cuanto a La era de la automatización, estaba integrada por los dos últimos capítulos de la ya comentada obra Hombres, máquinas e historia, de Samuel Lilley, en los que se concentraba el grueso de su carga ideológica, maniobra que permitía una mayor difusión del mensaje esencial de la citada obra, a un precio ciertamente económico.

      De gran difusión también, y de gran relevancia en la recuperación de la memoria histórica, encontramos Los bakuninistas en acción: Memoria sobre el levantamiento en España en el verano de 1873, un texto fundamental de Engels, desde entonces situado al alcance de cualquier bolsillo, siguiendo la misma filosofía que presidía toda la colección.

      Por otra parte, sobre política internacional y tercer mundo, hubo varios títulos. Israel, ¿Puede Dictar la Paz?, de José Ruibal, era una visión interesante sobre la situación dada en Oriente Medio tras la “Guerra de los Seis Días”, donde Israel se configuraba ya claramente como garante de los intereses occidentales y, sobre todo, norteamericanos. Mientras tanto, Crónicas desde el Vietnam, del ya citado Pedro Mario Herrero, enviado esta vez por el diario Ya de Madrid como corresponsal a ese país en conflicto, constituía una denuncia de los excesos cometidos por Estados Unidos durante la contienda. Por otra parte, en Los orígenes del pensamiento marxista en Latinoamérica: política y cultura en José Carlos Mariátegui, Francisco Posada trazaba unas breves pinceladas sobre el pensamiento del citado escritor peruano, figura clave en la difusión de esta corriente de pensamiento en Latinoamérica. Así mismo, de vital importancia fue El diario del Che en Bolivia, trascripción íntegra de la obra publicada de forma póstuma en Cuba un año antes[28] sobre los escritos de los últimos días del famoso Ernesto Guevara, uno de los importantes símbolos de la juventud de los sesenta. La iniciativa de Ciencia Nueva no fue la única[29], pero sí muy barata, cuestión que la hacía doblemente peligrosa ante el MIT, motivo por el cual sería dictada orden de secuestro administrativo contra la misma pocos meses después, durante el estado de excepción de 1969.

       En cuanto a la colección “Los Clásicos”, las obras editadas durante ese año fueron francamente numerosas, y de crucial importancia, dado que suponían, entre otras cosas, no sólo un serio intento de recuperar una memoria histórica adulterada o simplemente silenciada por el régimen, sino, además, efectuar una crítica contundente del mismo y de la realidad de su tiempo (los años sesenta), por medio de analogías, implícitas y explícitas, de las que ya hemos aventurado algo en el apartado anterior. En el prólogo de Valeriano Bozal de la obra Lamentos políticos de un pobrecito holgazán que estaba acostumbrado a vivir a costa ajena, de Sebastián Miñano y Bedoya, se aprecia esa identificación del Régimen Fernandino con el Franquista. Lo mismo ocurre con Cartas Político-Económicas al Conde de Lerena, de León de Arroyal. Dicha obra contenía un estudio preliminar realizado por Antonio Elorza, en el que se presentaba a León de Arroyal como un disidente de la España Ilustrada de Carlos III, partidario de una reforma política radical, de extender la libertad todo lo posible y, correlativamente, limitar el poder del Estado a sus atribuciones precisas; elementos todos ellos de rabiosa actualidad en la España de finales de los sesenta. Al mismo tiempo, de Cartas sobre el Estudio de la Naturaleza, de Herzen, se ocupó Alberto Mínguez, y consituyó una respuesta a la biografía sobre su autor realizada por Indro Montanelli. Para Mínguez, el ruso Alejandro Herzen, muerto en el exilio, fue un claro precursor del movimiento revolucionario de su país, y un personaje clave en la génesis del pensamiento socialista. Pero es que, con toda probabilidad, los lectores verían en la situación de la Rusia decimonónica de despotismo y subdesarrollo cultural un paralelismo con la situación de la España de la época. Más curiosa resultó la publicación de Discursos e Informes de la Convención, una selección de escritos de Maximiliano Roberpierre, claro ejemplo de la necesidad de dar a conocer la obra de un heterodoxo, la figura de Robespierre, de marcados contrastes, pieza clave en una época convulsa, la de la Revolución Francesa de 1879. Heterodoxia y revolución, elementos presentes, como podemos observar, a lo largo de toda la colección.

      Muy importante fue, así mismo, La madre, de Gorki, novela inmortal de especial significación entre la juventud de los sesenta, traducida por A. Herraiz y J. Vento, cuyo caso resultó análogo al del Diario del Che en Bolivia, al no ser ésta la única edición, pero sí de las más económicas.

       Pero una de las publicaciones clave de la época la constituyó la edición de Anti-Dühring o la Revolución de la Ciencia de Eugenio Dühring (Introducción al Estudio del Socialismo), de Federico Engels, a partir de la traducción de José Verdes Montenegro y Montoro. De esa forma, el interés de la obra era doble: por un lado, se trataba a todas luces de un texto fundamental para el estudio y la comprensión del marxismo en toda su extensión, y por otro, procedía de una edición traducida y publicada en España en una época anterior a la guerra civil, donde la terminología marxista todavía no había sido aplicada al castellano. Y así lo hicieron ver los editores en una nota preliminar, al comentar como hubo que sustituir, entre otras cosas, el término “mercaderías” por “mercancías”, “renta fundiaria” por “renta de la tierra”, “repartición” por “distribución”, y “supervalía” por “plusvalía”. No obstante, además del Anti-Düring, la editorial publicó en la misma colección una serie de obras donde la figura del traductor (“heterodoxo” de máxima importancia) otorgaba un valor añadido a la misma. Tal era el caso de la traducción del libro de Diderot El Sobrino de Rameau, llevada a cabo por Nicolás Estévanez en 1921, novela de corte filosófico que constituía una crítica mordaz hacia la sociedad de su tiempo (y por ende, una crítica hacia lo establecido), guardando amplias similitudes con el Cándido de Voltaire, aunque con claros matices. Estaba prologada por Valeriano Bozal Fernández. Otro ejemplo en la línea descrita lo constituye también la traducción que realizó José Marchena –más conocido como el Abate Marchena- del libro De la Naturaleza (De Rerum Natura), de Tito Lucrecio Caro. Esta obra complementaba además el estudio de Benjamin Farrington Ciencia y Política en el Mundo Antiguo, ya citado, al constituir una de las fuentes principales en las que éste se basó para la elaboración del mismo, contando además con introducción y notas de Domingo Plácido Suárez. Y por último, el libro Noticias de Ninguna Parte o una Era de Reposo, de William Morris, traducido en 1903 por el dirigente socialista Juan José Morato y prologado por Jesús Munárriz Peralta, novela clásica del siglo XIX donde el tema de fondo era el paso del capitalismo al socialismo en una hipotética Inglaterra Revolucionaria.

      Otro de los textos clásicos recuperados por Ciencia Nueva, de interés en el contexto de la época en que fue publicado, fue Pensamiento Social, del federalista decimonónico español Pi y Margall, contexto en que se estaba dando una recuperación de su vida y obras, donde la alternativa al centralismo del Estado en España suponía un punto básico de las reivindicaciones realizadas por la oposición.

         Por otra parte, de Marx y Engels se publicó ese año Sobre Literatura y Arte, una selección de textos de estos dos grandes autores realizada por Valeriano Bozal.

        En cuanto a Segunda Comedia de Celestina, de Feliciano de Silva, ofrecía una visión similar a la del Segundo Lazarillo, ya comentada (de hecho, ambas ediciones corrieron a cargo de Inés Chamorro Fernández).

La última obra de la colección que vio la luz fue Armancia o Algunas Escenas en un Salón de París en 1827, una novela de Stendhal, sin mayor interés desde el punto de vista de nuestra investigación, más que el haber estado anteriormente prohibido por el régimen.

Como vemos, 1968 fue un año prolífico para la editorial, aunque también entrañó grandes dificultades. No sólo por los continuos enfrentamientos contra el MIT (ese mismo año fueron denegadas en consulta voluntaria diecinueve obras de esta editorial[30]), sino porque, a medida que la editorial crecía y se ampliaba el número de títulos y de colecciones, crecían también exponencialmente los gastos, y más teniendo en cuenta que la mayoría de obras se ponían a la venta a prácticamente el precio de coste. La solución que se buscó fue la más rápida, aunque quizás la menos indicada: abrir la editorial a la integración de nuevos socios, con pleno derecho a cambio de aportaciones económicas de diversa cuantía. No obstante, además de estos socios “capitalistas” había otras incorporaciones no menos importantes, de personajes de cierto prestigio intelectual, cuyo más emblemático representante sería el citado Manuel Sacristán, que accedería a la sociedad mediante la cantidad simbólica de 10.000 pesetas. El desmesurado aumento en el número de asociados (que llegará hasta 49, el máximo que se permitía para una Sociedad Limitada), dificultaría extraordinariamente el tradicional funcionamiento asambleario establecido por sus fundadores. La profesora Valentina Fernández señala que la mala gestión afectó a la editorial desde el principio, algo corroborado por el resto de antiguos miembros entrevistados. Pero llega más lejos, cuando afirma que “de hecho, es mi obligación señalar que no todos los socios aportaron la cantidad previamente acordada. Es más: puedo asegurar que la cifra de 500.000 pesetas que figura en nuestra acta fundacional es falsa. Empezamos con mucho menos”. Según ella, estas circunstancias, unidas a lo que considera el error de proclamar “un socio, un voto”, terminó enemistando a algunos de sus miembros, creando fuertes tensiones entre ellos[31].

  Pero la verdadera crisis, comenzaría en enero de 1969.

El cierre de la editorial (tragedia en dos actos)

El año 1969 fue inaugurado con la declaración del estado de excepción en todo el territorio nacional, motivado por la fuerte conflictividad obrera y universitaria. Las consecuencias fueron terribles en el ámbito cultural, sobre todo, y Ciencia Nueva iba a verse seriamente perjudicada. La gran cantidad de obras “desaconsejadas” presentadas a consulta voluntaria, y sus vinculaciones con el PCE, puestas al descubierto, entre otras cosas, por la militancia de muchos de sus miembros y la relación de la editorial con el Club de Amigos de la Unesco, contribuyeron para que el Ministerio de Información y Turismo decidiese cursar su “cierre administrativo” junto con otras tres editoriales: Ricardo Aguilera, Ediciones Halcón y Equipo Editorial de San Sebastián, al tiempo que, bajo la fórmula de la denegación aplicada de forma sistemática, asfixiaba económicamente a ZYX y a la propia Edicusa.

        El consejo de redacción de Cuadernos para el Diálogo lamentó desde sus páginas dicho cierre, denunciando lo que para ellos significaba un claro atropello, no sólo contra los intereses de sus editores, sino contra todo el panorama cultural del país en general. Del editorial que recogió dicha denuncia, bajo el significativo título de “Fahrenheit 451” (tomado de la famosa novela de Ray Bradbury, donde el Estado garantizaba el orden y la tranquilidad de sus ciudadanos a base de quemar libros, cuyo título corresponde a la temperatura a la que arde el papel), creemos interesante reproducir un largo fragmento:

«Desde hace ya varios años estas editoriales, junto con otras que al menos esta vez se han salvado de ‘la quema’ [...] habían enriquecido considerablemente el panorama bibliográfico español, aportando a la cultura nacional importantes zonas del pensamiento universal que los españoles sólo conocían por referencias o en versiones hechas en otros países, versiones que disfrutaban después en España un saludable e insólito ‘mercado negro’, al que lógicamente va a volverse, estimulados ahora por la desaparición de un acervo cultural que no puede ser anatemizado, prohibido, encerrado dentro de unos angostos límites donde el libro de pensamiento se diría que es considerado como ‘enemigo público’. En los catálogos de esas editoriales suprimidas de un plumazo está buena parte del patrimonio cultural e ideológico de la humanidad, autores clásicos y modernos, sin los cuales el mundo contemporáneo no sólo resulta ininteligible, sino que, sencillamente, no existiría. ¿Qué puede pretenderse con esta prohibición? ¿Quizá que la juventud española vuelva a aislarse culturalmente? Si fuera así, ¿por qué ese miedo al pensamiento, a la libertad de cultura, al acervo cultural de la humanidad? ¿Por qué ese deseo de cercenar lo que sólo es vehículo de conocimiento, expresión de la racionalidad humana? [...] Grave asunto este del derecho inalienable de la persona a tener acceso a la cultura, a las ideologías, a saber lo que otros hombres han edificado. ¿Es así como se entiende el ocaso de las ideologías?»[32].

No obstante, tras un paréntesis de unos meses, la editorial pudo reabrir sus puertas y publicar sus últimos cinco títulos. La razón de este breve lapso de reapertura fue la intercesión de Celso Fernández-Mayo (ex sacerdote con nueva vocación exclusivamente política), quien prometió hacerse con las riendas de la editorial a fin de imprimirle un talante más moderado, con una orientación exclusivamente cultural. Jesús Munárriz se retiró formalmente de la dirección.

De la colección “Ciencia Nueva”, logró publicarse Objetivos y métodos de la planificación soviética, de Mijail Bor. Traducida por Daniel Lacalle, la obra planteaba, entre otras cosas, que la planificación económica sólo tiene cabida en un modelo de estado socialista. El resto de obras publicadas entre fines de 1969 y principios de 1970, corresponden a la colección “Los Complementarios”, entre ellas La Universidad, obra de recopilación de varios autores de primer orden[33] sobre uno de los temas más candentes de la época. Poetas, Moriscos y Curas, del polémico Joan Fuster, reivindicaba a través de una serie de episodios de la historia del Reino de Valencia que la historia de España era algo más que la visión tradicional estrictamente limitada a Castilla. Muy importante fue también la edición de La Crisis Española de 1917, de Juan Antonio Lacomba, que Elías Díaz ha calificado como una de las obras de reivindicación del pasado socialista en España[34]. Y por último, El papel de la filosofía en el conjunto del saber, de Gustavo Bueno, obra de contenido eminentemente filosófico, como su propio nombre indica, cuyo objetivo, según se indicaba en su prólogo, era iniciar una polémica con Manuel Sacristán sobre su trabajo Sobre el papel de la filosofía en los estudios superiores[35].

Pero el consejo editorial tenía planes muy distintos a los previstos por su nuevo director, por lo que Celso dimitió del cargo y denunció el asunto al Ministerio de Información y Turismo. Fue entonces cuando Sánchez Bella, con el beneplácito del Consejo de Ministros, decidió hacer que cancelasen la solicitud de inscripción de Ciencia Nueva en el Registro de Empresas Editoriales de forma definitiva, lo que supuso el fin de la editorial.

         La denegación de la inscripción, fue justificada desde el Ministerio de Información y Turismo por la ausencia de datos patrimoniales de la empresa y la falta de certificados de acreditación del pleno ejercicio de los derechos civiles y políticos de sus accionistas, elementos previstos en la Ley de Prensa de 1966 (apartado 2º del artículo 29) y el Decreto 748/1966 de 31 de marzo como causas de cancelación del Número de Registro. Y de nada valió el recurso de súplica elevado al Consejo de Ministros[36]. El cierre ordenado por el Ministerio destapaba con toda su crudeza el velo de “ficción democrática” con el que el régimen se empeñaba en ocultar su verdadero rostro autoritario. Pero la “caja de los truenos” estaba ya abierta, y el testigo recogido por otras editoriales que ocuparon el espacio de producción cultural que ésta había dejado.

     Nada más hacerse efectivo el cierre definitivo, los últimos títulos previstos fueron cedidos a otras editoriales sin mayor problema. Podemos citar algunos[37].

        Para la colección “Los Complementarios”, conocemos cuatro títulos: La juventud del 98, de Carlos Blanco Aguinaga, fue publicada por Siglo XXI; La novela española actual, de J. Corrales Egea, por Edicusa; Del Desengaño Literario, de A. Martínez- Menchén, por Helios; y La humanidad reducida, de Enrique Tierno Galván, por Taurus, todas publicadas el mismo 1970. Y para “Los Clásicos”, La miseria de la Filosofía, de Marx, y la Historia de la Comuna de París, por Artiach, también en 1970. Por otra parte, sobre La Resistencia Palestina, de Ricardo Ciudad, no tenemos noticias. En cuanto a Marx como Economista, de Maurice Dobb, prevista para “Cuadernos Ciencia Nueva”, hubo que esperar hasta 1976, para verla figurar en el catálogo de Anagrama.

     El grupo de Ciencia Nueva mantuvo durante un tiempo sus actividades en torno a la Librería Antonio Machado de Madrid, aunque la sociedad acabó pronto disolviéndose. Hace poco hubo un interesante aunque infructuoso intento de reabrir las puertas de la editorial. Jesús Ayuso, librero-editor cuya labor cultural resultó crucial durante el período que nos ocupa, actual copropietario de los fondos de la editorial, nos comentaba que «en los años 90 intentamos resucitar la editorial. Hicimos un completo estudio de mercado que resultó ser un desastre: en la práctica mayoría de los encuestados (jóvenes extraídos del ámbito universitario) se relacionaba el nombre de ‘Ciencia Nueva’ con alguna secta religiosa o, en el mejor de los casos, con una editorial dedicada a temas parapsicológicos. Obviamente, ante semejante panorama, optamos por aparcar el proyecto»[38].



* Este trabajo adelanta algunos avances de la tesis doctoral titulada El Cambio Cultural y las Actitudes Políticas en España durante los Años Sesenta, dirigida por el profesor Glicerio Sánchez Recio y adscrita al proyecto de investigación BHA2002-01787, subvencionado por el Ministerio de Ciencia y Tecnología, que actualmente está desarrollando el autor gracias a una beca de formación de personal docente e investigador de la Universidad de Alicante.

[1] SÁNCHEZ RECIO, Glicerio, “Inmovilismo Político y Cambio Social en los años Sesenta”, Historia Contemporánea, 26, Universidad del País Vasco, 2003, pp. 13-33, e “Inmovilismo y Adaptación Política del Régimen Franquista”, en R. Moreno Fonseret y F. Sevillano Calero, El Franquismo, Visiones y Balances, Universidad de Alicante, 1999, pp. 27-43.

[2] Dicho concepto aparece enunciado en TUSELL, Javier, “Transición: lo importante sucedió antes”, en VVAA, La Fuerza del Diálogo. Homenaje a Joaquín Ruiz Giménez, Madrid, Alianza, 1990, pp. 203-208.

[3] Ello se aprecia por ejemplo en el informe Tendencias Conflictivas en Cultura Popular, fechado en abril de 1972, e incluido en el apéndice documental de YSÀS, Pere, Disidencia y Subversión, La Lucha del Régimen Franquista por su Supervivencia, 1960-1975, Barcelona, Crítica, 2004, pp. 237-248

[4] MESA, Roberto, El Colonialismo en la crisis del XIX español, Madrid, Ediciones de Cultura Hispánica, 1990. La primera edición es de 1967, y fue editada por Ciencia Nueva.

[5] Véase el colofón de FARRINGTON, Benjamín, Ciencia y Política en el Mundo Antiguo, Madrid, Ciencia Nueva, 1965.

[6] Registro Mercantil de Madrid, Hoja número 4107, folios 95 a 100.

[7] Entrevista personal con Jesús María Munárriz Peralta, Madrid, 16-VI-2003.

[8] GARCÍA RICO, Eduardo, “La Superstición Popular”, Triunfo, 187 (1-I-1966).

[9] MARTÍNEZ LORCA, Andrés, “Benjamin Farrington y George Thomson, Renovadores de los Estudios Clásicos”, en VVAA, Los marxistas ingleses de los años 30, Madrid, Fundación de Investigaciones Marxistas, 1988.

[10] Entrevista personal con Rafael Martínez Alés, Madrid, 29-XI-2004.

[11] Entrevista personal con Jaime Ballesteros Pulido, Madrid, 26-VI-2003.

[12] Jesús Munárriz, entrevista citada.

[13] Coloquio celebrado bajo el título de “Cine español en la encrucijada”, Triunfo, 205 (7-V-1966).

[14] Jesús Munárriz, entrevista citada.

[15] Los sistemas de control editorial propiamente dichos fueron dos en esencia. El primero, y bajo la permanente amenaza del “secuestro administrativo” previsto por la ley para las obras presentadas directamente a depósito que vulnerasen los límites impuestos por la misma, permitía a los editores acogerse a la fórmula de “consulta voluntaria”, por el cual los censores de la Sección de Orientación Bibliográfica del Ministerio de Información y Turismo daban su parecer sobre la posibilidad de publicar la obra en cuestión: podían rechazarla, aceptarla, o bien señalar las oportunas modificaciones (normalmente supresiones) que la obra “precisaba” para su publicación, es decir, la misma dinámica que venía aplicándose con la censura previa. El otro procedimiento era la obligación de inscribir a la editorial en el Registro de Empresas Editoriales, con unos requisitos previos que otorgaban total discrecionalidad al Ministerio de Información y Turismo. Sobre la Ley de Prensa, véase CHULIÁ, Elisa, El poder y la palabra, Madrid, Biblioteca Nueva, 2001; y dos estudios clásicos: FERNÁNDEZ AREAL, Manuel, La libertad de prensa en España, 1938-1971, Madrid, Edicusa, 1971, y DUEÑAS, Gonzalo, La Ley de Prensa de Manuel Fraga, París, Éditions Ruedo Ibérico, 1969. También resulta significativo el especial “Reflexiones sobre la Ley de Prensa”, en Cuadernos para el Diálogo, 90 (marzo de 1971), pp. 18-27. Sobre la dinámica de la censura de publicaciones unitarias seguida por el MIT, destaca la obra ABELLÁN, Manuel Luis, Censura y creación literaria en España (1939-1976), Barcelona, Península, 1980, especialmente las pp. 15-22.

[16] Dichos fondos se encuentran actualmente en paradero desconocido. Afortunadamente, algunas de las piezas documentales fueron aportadas por el profesor Jesús A. Martínez Martín, quien muy amablemente nos permitió consultar la Memoria de Suficiencia Investigadora de Mª del Carmen Menchero de los Ríos, donde se abordaban algunos aspectos de Ciencia Nueva.

[17] En Cuadernos para el Diálogo 42 (marzo de 1967), p. 43.

[18] Triunfo, 244 (4-II-1967).

[19] Editorial creada en 1964, fuertemente vinculada a la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC).

[20] En Cuadernos para el Diálogo 44 (mayo de 1967), p. 16.

[21] En Triunfo, 278 (30-IX-1967).

[22] DÍAZ, Elías, Pensamiento Español en la Era de Franco (1939-1975), Madrid, Tecnos, 1983, pp. 143 y 151.

[23] TUÑÓN DE LARA, Manuel, “El Colonialismo en la Crisis del Siglo XIX Español”, Cuadernos para el Diálogo, 51 (diciembre de 1967). En ese sentido apuntó también Elías Díaz, al considerar la obra citada dentro de la renovación en España de las Ciencias Sociales, en este caso de la Historia Económica, en DÍAZ, Elías, op.cit., pp. 135-136.

[24] Según el testimonio de Jaime Ballesteros, entrevista citada.

[25] Hubo una sexta colección, anterior, que no viene al caso desarrollar, cuando la editorial pasó a hacerse cargo de “El Bardo”. Creada por José Batlló, esta serie constituyó una de las colecciones de poesía más prestigiosas de su tiempo, y fue pasando por diversas editoriales a lo largo de toda la década. Sobre las dificultades que tuvo Ciencia Nueva para la publicación de sus obras, véase ABELLÁN, Manuel Luis, op.cit., pp. 226 y 227.

[26] MOSS, John, op. cit., p. 122

[27] Su elección, según Jesús Munárriz, vino determinada por estar libre del pago de derechos de autor, entrevista citada.

[28] GUEVARA, Ernesto, El diario del Che en Bolivia: Noviembre 7, 1966 a octubre 7, 1967, La Habana, Instituto del Libro, 1968.

[29] Hubo dos ediciones más, una a cargo de Equipo Editorial de San Sebastián y la otra, la primera, la editó la Gran Enciclopedia Vasca.

[30] Como podemos apreciar en sus catálogos, no pudo publicarse ninguna obra referente al Mayo del 68, la Primavera de Praga o la Cuba de Fidel Castro, salvo el ya citado Diario del Che en Bolivia, elemento especialmente significativo al tratarse de una editorial de vanguardia. Mención aparte merece la obra Dos declaraciones de la Habana, escrita por el propio Castro, que no pudo figurar en el catálogo de la editorial al verse sus integrantes obligados a retirar la edición, coaccionados por el personal del MIT, sin que fuese dictada orden de secuestro administrativo, según el testimonio de Rafael Sarró, Madrid, 01-III-2004.

[31] Entrevista personal con Valentina Fernández Vargas, Madrid, 11-III-2004

[32] “Fahrenheit 451”, en Cuadernos para el Diálogo, 66 (marzo de 1969), pp.8.

[33] La lista de autores es importante: Manuel Terán Álvarez, Enrique Lafuente Ferrari, Rafael Lapesa Melgar, Ángel Vian Ortuño, Jiménez de Parga, Eduardo García de Enterría, Julián Marías, Carlos Blanco Aguinaga, Pedro Schwartz, Jesús Prados Arrarte, José Luis Aranguren, Pedro Laín Entralgo, Fernández Casado, Fernando Chueca, Faustino Cordón, Paulino Garagorri y José Antonio Maravall.

[34] DÍAZ, Elías, op. cit., pp. 177-179.

[35] SACRISTÁN, Manuel, Sobre el papel de la filosofía en los estudios superiores, Barcelona, Nova Terra, 1968.

[36] MENCHERO DE LOS RÍOS, María del Carmen, La Ley Fraga y la censura editorial: 1966-1975, Memoria de Licenciatura dirigida por el profesor Jesús A. Martínez Martín, Madrid, Universidad Complutense, 1994, pp. 93-94 (trabajo inédito).

[37] Información obtenida a partir del último anuncio de Ciencia Nueva inserto en Cuadernos para el Diálogo, 79 (abril de 1970), pp. 38.

[38] Entrevista personal con Jesús Ayuso, Madrid, 1-III-2004.

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