HOMENAJE A MANUEL L. ABELLÁN
Es famosa la anécdota de cuando fue presentado al Presidente de la Xunta. “Ah, el de la censura”, dijo Fraga. “No, no,” respondió, “el de la censura es usted.”
(Anotado por Jeroen Oskam)
Participan: Manuel Aznar, Pablo Gil Casado, Cristina Gómez Castro, Camino Gutiérrez Lanza, Douglas Edward Laprade, Fernando Larraz, Lucía Montejo Gurruchaga, Jeroen Oskam, Marta Rioja Barrocal, Francisco Rojas Claros, Eduardo Ruiz Bautista y José Andrés de Blas.
Se incluyen unos sueltos periodísticos que nos hizo llegar, el amigo de Manuel, Albert Cañagueral y la reseña que en su día hizo José Luis Cano al publicarse el libro: Censura y creación literaria en España (1939-1976)
En el transcurso del pasado año, hicimos llegar el siguiente escrito a los investigadores:
“El pasado mes de Diciembre, falleció Manuel L. Abellán. Para tributarle un pequeño homenaje, es nuestra intención recabar las opiniones de aquellos investigadores que han leído y trabajado con sus publicaciones.
A nivel académico la cita constante de las mismas, habla de que su línea de investigación conserva, a fecha de hoy, plena vigencia. Pero pensamos que, en esta ocasión, sería más interesante reseñar brevemente, la experiencia personal que cada uno tuvo al leer sus escritos.
No obstante, se deja libre iniciativa, tanto cuantitativa como cualitativamente, para que cada uno exprese o reseñe otros aspectos que le parezcan pertinentes.
Las colaboraciones serán publicadas en el siguiente número de “Represura” …
… y el siguiente número es este.
Hemos de decir que, aunque hubo un consenso generalizado respecto a la necesidad y merecimiento de dicho homenaje, luego, como se podrá apreciar, hemos sido menos los que hemos materializado ese hecho mediante un escrito.
Desde este lado, podemos decir que se hizo lo que se pudo, y que los nombres que aparecen vinculados a este homenaje son, por lo dicho, representativos de un conjunto de personas, sin duda, mucho más amplio.
Nuestra intención es que estas páginas sobre su persona y su obra, conjuren el olvido y sean un pequeño embrión del que nazca la buena memoria.
Manuel Abellán, el hombre que bajó a los sótanos de la censura y lo fotocopió todo
Manuel Aznar Soler
GEXEL-CEFID-Universitat Autònoma de Barcelona
Conocí a Manuel Abellán un año que no puedo recordar del siglo pasado a través de Sergio Beser, compañero en el Departamento de Filología Española de la Universitat Autònoma de Barcelona y, sin embargo, amigo. Manolo Abellán había nacido en la Barceloneta y el cambio de paisaje y paisanaje de Amsterdam a Barcelona, con tiempo libre, buena comida, generosa bebida y larga conversación, para él era una fiesta. Recuerdo cenas memorables de los tres en Sant Cugat hasta la madrugada, entre ironías y copas, literatura y política. Y, si no recuerdo mal, Sergio le invitó a dar un curso de doctorado en nuestro Departamento sobre, claro está, la censura, tema sobre el que Manolo era ya una verdadera autoridad desde la publicación en 1980 de su libro Censura y creación literaria en España (1939-1976) por la editorial barcelonesa Península. Y, al interesarme por sus investigaciones en los laberintos del archivo de Alcalá de Henares, no me olvido de una frase que me dijo, seriamente cómico, una noche de aquellas y que me pareció muy reveladora de su talante, entre jovial e irónico: “He bajado a los sótanos de la censura y lo he fotocopiado todo”.
Me parece de estricta justicia resaltar la importancia del trabajo de investigación de Manolo sobre la censura, porque era una manera de testimoniar las miserias nacional-católicas de la dictadura franquista y de transmitir a la vez a las generaciones futuras de estudiantes y ciudadanos el valor de la democracia, de la libertad de expresión y de las libertades públicas. Una democracia que, claro está, no había caído del cielo ni era un regalo del rey, sino la conquista de muchas luchas de muchos antifranquistas durante demasiados años. Y, en ese sentido, los trabajos sobre la censura franquista no sólo del investigador Manolo Abellán, sino también de los alumnos y colegas a los que acertó a estimular el profesor Manuel Abellán, tienen un valor tanto científico como cívico.
Manolo organizaba en Amsterdam unos Simposios sobre literatura española y me invitó a intervenir en alguno de ellos. Recuerdo muy particularmente el titulado “Revisión historiográfica del realismo social en España”, que se celebró en Amsterdam del 26 al 28 de junio de 1991 y cuyos materiales se publicaron en el número 1 de la segunda época de los Cuadernos Interdisciplinarios de Estudios Literarios (CIEL) de 1993. Este carácter interdisciplinar de la revista se ajustaba perfectamente al perfil intelectual de Manolo, interesado por las complejas relaciones entre literatura, historia, sociología y política. La revista estaba dirigida, obviamente, por Manuel L. Abellán, su secretario era Jeroen Oskam – quien se había interesado ya por la trayectoria de una revista tan interesante durante el franquismo como Índice –, mientras que Connie Kuijpers y Gloria Romero-Downing constaban como “asistencia técnica” de la revista. Y en aquel número, entre otros, colaboraron investigadores de prestigio como Pablo Gil Casado o Ignacio Soldevila Durante, al lado de jóvenes promesas como éramos entonces Jordi Gracia, Alejandro Pérez Vidal, Juan Rodríguez y yo mismo, profesores en universidades barcelonesas.
Manolo, que obviamente organizaba aquellos Simposios Internacionales con un presupuesto insuficiente, siempre actuaba con sus invitados catalanes de la misma manera: nos alojaba en un piso libre y nos entregaba las llaves del mismo para, tras las sesiones científicas, gozar de total autonomía. Y tengo memoria especialmente grata del segundo Simposio Internacional al que asistí, el titulado “Cultura peninsular en la década de los cuarenta”, que se celebró del 23 al 25 de junio de 1993 en la Universiteit van Amsterdam. Si la memoria no me falla, y ya se sabemos de sus trampas y traiciones, el viaje lo hicimos en tren hasta París y allí cenamos una noche en el inolvidable La boeuf sur le toit, invitados por el fraternal Serge Salaün, al menos Javier Cercas, Jordi Gracia y yo. Por entonces Javier Cercas era un joven profesor de la Universitat de Girona, doctorado con una tesis sobre la narrativa de Gonzalo Suárez, que habló sobre “La narrativa de Gonzalo Torrente Ballester en los años cuarenta: del entusiasmo al desengaño”. Y, por su parte, Jordi Gracia, también entonces joven profesor en la Universitat de Barcelona, se había adentrado ya en los laberintos de la cultura durante el franquismo e, interesado por las revistas culturales universitarias, tituló su intervención “La refundación de los Colegios Mayores y el espesor doctrinal de Cisneros (1943-1946)”.
Mi memoria de Amsterdam va siempre ligada a la memoria de Manolo Abellán y recuerdo aquellos días y noches holandeses de sus Simposios internacionales como una feliz conjugación de ciencia y vitalismo, de rigor y buen humor, de trabajo y fiesta, impregnados de ese talante cordial y respetuoso que Manolo Abellán, auxiliado por su equipo de colaboradores, acertaba a conseguir en todos sus Simposios.
Memoria de Manuel L. Abellán
Pablo Gil Casado
University of North Carolina
Fue en la tertulia de Ínsula, desaparecida ya hace muchos años, cuando José Luis Cano me presentó, con gran sorpresa mía, a Manuel Abellán y a Juan Ignacio Ferreras. De aquel encuentro surgió mi amistad con Manuel, cimentada con numerosas colaboraciones y encuentros profesionales.
De los simposios de la Universiteit van Ámsterdam que él organizaba, tengo muy grata memoria de los fechados en 1989 y en 1991. Pronto su interés se orientó hacia los EE.UU. donde enseñó en la University of Nebraska y en la de California-Berkeley. Su reputación como investigador de la censura se dio a conocer en las conferencias de Louisiana que se celebraban en la ciudad de New Orleáns, bajo los auspicios del profesor Gilberto Paolini y de Tulane University. Entre otras ocasiones, destacó su participación en una sección dedicada a “El fenómeno censorio en las literaturas hispánicas” (1993) y la que se denominó “Las literaturas hispánicas frente a las formas contemporáneas de censura” (1997). Y naturalmente, también estuvo invitado a leer en la University of North Carolina-Chapel Hill.
A la participación de Manuel Abellán en éstas y otras conferencias a los dos lados del Atlántico, hay que añadir sus artículos publicados en Ruedo Ibérico, Ínsula y Sistema, entre otras revistas, así como su incansable labor como editor de las revistas Diálogos de Ámsterdam y Cuadernos Interdisciplinarios de Estudios Literarios. Pero su publicación maestra es sin lugar a duda, Censura y creación literaria en España (1939-1976), que apareció con el sello de la editorial Península a fines de 1980.
Es posible que alguien se atreva a menoscabar esta obra, con la excusa de que está pasada de moda. Pero una obra como ésta, que es un modelo de investigación, firmemente documentada, que es un ejemplo a seguir, no se pasa de moda. Sobre todo, cuando todavía está pendiente la asignatura de la censura, y cuando es ley la cuestión de la Memoria Histórica. Creo que a Manuel le hubiese encantado desenterrar los casos más notables del genocidio franquista, así como todos los enredos de la llamada Transición.
Por desgracia, Manuel nos ha dejado demasiado pronto.
Cristina Gómez Castro
Universidad de Cantabria
Tiempo ha pasado ya desde que por primera vez tuve en mis manos algún documento escrito por Manuel L. Abellán, allá por entonces hace más de diez años, cuando comenzaba yo mi singladura investigadora en el campo de la traducción y la censura. Nada más iniciar la incursión en el controvertido campo censorial, uno había de saber que era lectura obligada la prosa de este sociólogo cuyos artículos venían a ser, emulando su definición del Archivo General de la Administración o A.G.A[1]., “el verdadero museo de la censura en nuestro país”. Pionero en hablar sobre ella, definirla y acercarse sin miedo a esta realidad, Abellán nos abrió los ojos a un instrumento de control político y sobre todo ideológico que estuvo presente durante casi cuarenta años en la vida de los españoles de manera oficial. De forma amena y clara, hizo un recorrido por el fenómeno censorio que, en mi caso particular, resultó esclarecedor e imprescindible: no sólo gracias a él pude conocer los entresijos de esta importante cortapisa cultural sino que sus diversos trabajos fueron el punto de partida sobre el que situar los cimientos de mi investigación, por lo cual le estaré siempre agradecida.
Tuve la gran fortuna de conocer a Abellán en persona, durante la realización de un curso de verano que organizó la Universidad de Cantabria (paradójicamente, el que se terminaría convirtiendo en mi lugar de trabajo actual) en el verano de 2006. Fueron pocas las horas que pude compartir con él, pero sirvieron para confirmar la impresión que ya tenía previamente de este autor a través de sus lecturas: un tipo sagaz, sin pelos en la lengua y con la osadía suficiente para poder ser el primero en acceder a los archivos de la censura sin miedo a represalias.
Abellán, desgraciadamente, ya no se encuentra entre nosotros. Hace poco que se fue sin hacer ruido y muy escasa ha sido la trascendencia mediática de su partida, hecho injusto donde los haya. Por eso, y por todo lo que ha aportado a fervientes seguidores de su obra como la que esto suscribe, quiero dejar constancia de mis palabras de agradecimiento a este pionero que nos abrió camino guiándonos a través de la intricada senda del fenómeno censorio, ayudándonos a quitarnos la venda y abandonar la ceguera causada por la censura. Por todo ello y mucho más, GRACIAS.
Sobre criterios y normas de censura en la España franquista.
Camino Gutiérrez Lanza
Universidad de León
Mi primer contacto serio con la obra de D. Manuel L. Abellán sucedió hacia el año 1997, cuando participé en los VI Encuentros Complutenses en Torno a
Años más tarde, seguimos comprobando que esas célebres palabras resumen lo que fue el comportamiento censor en
Muchas gracias, D. Manuel, por haber marcado el camino.
Douglas Edwgard Laprade
University of Texas
Conocí a Manuel Abellán en el año 1989 en Amsterdam cuando participé en su congreso sobre el cincuentenario de la cultura española en el exilio. Mi colega de la Universidad de Barcelona, Jacqueline Hurtley, cuyos libros sobre Josep Janés y Walter Starkie son mojones de nuestro campo de investigación, me avisó del congreso. Entre los pasajeros del vuelo entre Barcelona y Amsterdam se contaban el novelista Manuel Vázquez Montalbán y un periodista del diario La Vanguardia. Lo que más me impresionó del congreso era el éxito del profesor Abellán al compartir el tema de la censura franquista con sus alumnos de la Universidad de Amsterdam. Como profesor, Abellán entendía la importancia de propagar el tema de la censura franquista entre sus alumnos, y se hizo patente durante el congreso que había fomentado el interés por el tema entre la próxima generación de estudiosos de la censura. Por ejemplo, cuando Jeroen Oskam presentó su conferencia sobre Índice, era obvio que ya se había sembrado el interés por la censura entre los futuros investigadores de este campo. Mientras en España todavía se hablaba de la Transición, el profesor Abellán consiguió que el estudio riguroso de la censura fuera el mejor antídoto contra la insularidad y la endogamia del régimen franquista. Las actas del congreso fueron publicadas en los Cuadernos interdisciplinarios de estudios literarios. El profesor Abellán estableció un campo de investigación que consta como una defensa de la libertad de expresión en Europa, en Latinoamérica, y en todo el mundo. Ahora Andrés Blas lleva la antorcha magisterialmente, y su revista Represura es el medio más propicio y digno para recordar a nuestro colega Manuel Abellán.
Fernando Larraz
Universidad de Alcalá de Henares
No supone ninguna novedad comenzar afirmando que para cualquier investigador o siquiera curioso del tema de la censura editorial durante el Franquismo, Censura y creación literaria en España (1939-1976) no es “una” referencia ineludible, sino “la” referencia ineludible, complementada por un conjunto de artículos del mismo autor diseminados en distintas revistas y libros colectivos. Esto parece extraño si se tienen en cuenta los más de treinta años transcurridos desde su publicación y, sobre todo, las dificultades que Abellán encontró para acceder a las fuentes documentales de la censura. Pese a este carácter de investigación de urgencia, elaborada cuando el acceso a los archivos resultaba arduo y la cantidad de información disponible era muy inferior a la de hoy en día, y pese a ser un estudio pionero y en muchos casos impresionista, todavía no ha sido superado ni, por desgracia, actualizado. La causa está, en primer lugar, en la escasez de avances en el estudio de la censura editorial, particularmente desde el campo de la crítica y la historiografía literarias, pero sobre todo en que las conclusiones ― muchas veces, más bien intuiciones ― que contiene este libro y los otros trabajos de Abellán sobre el tema poseen tan altas dosis de perspicacia que las hacen casi concluyentes, por mucho que hoy el investigador disponga de más datos y de unas facilidades de acceso a los expedientes incomparables. Podrán matizarse y completarse muchos de estos juicios emitidos por Abellán, pero dudo que se lleguen a ver falseados por nuevos datos.
Por poner algunos ejemplos de ello, Abellán determinó con lucidez algunas de las claves por donde deberían transitar los estudios sobre la censura, tales como, por ejemplo, «la relación causal entre censura y valor artístico de la obra literaria», la cual, a su juicio, «resulta casi imposible de establecer. [...] Lo único perceptible, definible e incluso cuantificable es la actuación del aparato censorial». Además, estableció definiciones clave, que son puntos de partida ineludibles para el estudio del fenómeno censorio. Por ejemplo, el de autocensura, analizada en un artículo determinante de 1982, en el que explicaba, además de sus implicaciones sobre la escritura literaria, que se trata del conjunto de «las medidas previsoras que un escritor adopta con el propósito de eludir la eventual reacción adversa o la repulsa que su texto pueda provocar en todos o algunos de los grupos o cuerpos del estado capaces o facultados para imponerle supresiones o modificaciones con su consentimiento o sin él».
Todo ello supone un magisterio y un estímulo ineludible para quienes nos introducimos en el campo de los estudios sobre censura franquista. Los trabajos de Abellán impelen a penetrar por caminos apuntados por él, a tirar de los hilos que sus trabajos nos tienden y, sobre todo, a no obviar en ningún momento la relevancia que aquello que él llamó “el fenómeno censorio” tiene para comprender la cultura española del siglo XX.
Lucía Montejo Gurruchaga
UNED (Facultad de Filología)
Los trabajos del profesor Abellán suponen la contribución primera y más importante al estudio de la actividad censora sobre nuestra literatura siendo el origen de los estudios posteriores. Su libro Censura y creación literaria en España (1939-1976), publicado por Península en 1980, abrió un campo de investigación que aún no ha dejado de dar frutos. Sus estudios posteriores, entre los que destaco “Fenómeno censorio y represión literaria” en Censura y literaturas peninsulares, Diálogos Hispánicos de Ámsterdam, de 1987, y otros recogidos con su consentimiento, con posterioridad, en distintos números de Represura, nos han hecho comprender en profundidad la actuación de la censura y hasta qué punto condicionó la vida cultural y la obra de escritores y escritoras durante las casi cuatro décadas del franquismo. Abellán nos mostró, con documentos de muy difícil acceso en aquellos momentos, y que hoy podemos consultar en el Archivo General de
El profesor Abellán demostró que no se trató de un sistema de control improvisado ni baladí, como algunos han querido hacernos creer, sino de un conjunto ordenado de normas y procedimientos manejados por un gran grupo de censores, organizados por niveles y entrenados para tal fin, que juzgó, condenó y desacreditó todo vestigio de libertad de pensamiento.
Somos muchos los investigadores que hemos seguido la estela de Abellán, los que hemos entendido lo que supone una investigación independiente, no exenta de obstáculos y dificultades, y realizada al margen de modas y cenáculos. Gracias, maestro, por sus enseñanzas y su generosidad.
“El de la censura”
Jeroen Oskam
Empecé a trabajar con Manuel Abellán en los años ochenta, en la Facultad de Letras de Amsterdam. Acababa de salir su primer gran estudio sobre la censura franquista. En Amsterdam daba clases, principalmente, sobre Historia Contemporánea de España, una asignatura cuyo atractivo era una visión coherente que vinculaba sucesos dentro pero también fuera de España con la evolución del pensamiento político y cultural – superestructura, decíamos hace tiempo –, de tal manera que no era raro que una clase sobre la Primera República terminara tratando de la actualidad política holandesa. Para el estudiante que yo era entonces, eran oasis de lucidez en un ambiente donde se confundía romanticismo y palabrería con erudición.
Si bien compartía sus planteamientos, yo era entonces probablemente poco consciente del significado, en el contexto de aquellos años, de su lucha por la memoria histórica, que es cómo eso se llamaría más tarde. Ya hacía casi diez años que había muerto Franco, y había una Constitución desde hacía ya más de cinco. Debía ser síntoma de rencor y politización seguir evocando cosas del pasado, así lo señalaban en nuestra facultad y en otras los que estudiaban Calderón de la Barca o la gramática de Nebrija. Pese a que sus investigaciones fueran una importante labor académica de resonancia internacional en aquel Departamento de Estudios Hispánicos, su trabajo estaría siempre rodeado por esta controversia.
No hay que olvidar que el minucioso inventario de lo que había sido censurado no solo servía para la historiografía de medio siglo de franquismo, o para la denuncia de los responsables; era además una labor necesaria en la reconstrucción de un panorama literario devastado. Era absolutamente habitual que reediciones de libros que se publicaban en los primeros años de la democracia, siguieran saliendo con las tachaduras y modificaciones impuestas por la censura.
Manuel Abellán enseñaba antidogmatismo; practicaba la duda sistemática y nos la exigía. Su enorme base de datos de conocimientos sociológicos e históricos lo hacían imbatible en el debate sobre la política, pero también sobre gastronomía o deporte. En realidad, en conversaciones sobre cualquier otro tema podía sonar el dictamen de “No, no, espera. Eso es muy sencillo”; era señal de callarnos ya que iba a resolverse el asunto con una muchas veces improvisada, y por cierto nunca sencilla, teoría.
Hace falta comprender esta actitud no conformista para interpretar no solo el valor de querer y de conseguir entrar en los archivos de la censura franquista a finales de los setenta, sino también la tenacidad de continuar esta labor en un ambiente universitario muy poco halagüeño. Y es que, además de ser controvertido el tema, lo que se encontraba hería sensibilidades. En los archivos estaban enterrados los nombres de políticos, de escritores y de filólogos. Había personas cuya imagen archivada no concordaba con la autoproclamada, y otras que habían tenido episodios célebres y públicos en su vida y otros menos conocidos, más oscuros, por lo menos, hasta entonces. Si se descubría, se denunciaba, se tratara de quién se tratara. Es famosa la anécdota de cuando fue presentado al Presidente de la Xunta. “Ah, el de la censura”, dijo Fraga. “No, no,” respondió, “el de la censura es usted.”
Corren ahora otros aires. Se marchó de la Universidad pero decidió no regresar a España – fue en 1996, fecha significativa – y fue a vivir a la frontera, a una distancia que le permitía comprar el periódico todos los días. En Amsterdam, se desmanteló el grupo de investigación de Sociología de la Literatura, materia en desuso. Algunos podemos agradecer el haber aprendido con él la duda sistemática, y el haber estado en las primeras excavaciones de la censura en los archivos de Alcalá de Henares, en hemerotecas y en revistas.
Manuel me releería esto y me echaría en cara las frases mal formuladas y demasiado complejas, mis “barroquismos”. Perdona. El estilo, para él, tenía que ser tan claro como el propio mensaje.
Marta Rioja Barrocal
(Universidad de León)
Mi más sincero homenaje y recuerdo a uno de los más expertos investigadores sobre la censura en el franquismo, pionero en recorrer los fondos de los archivos censorios, ya por el año 1976 y poder así ir desentrañando el panorama tan celosamente oculto que el régimen franquista con extrema habilidad había ido preservando en infinidad de cajas en los archivos de censura. Dichas cajas, citando al maestro, guardan “el legado más variado y completo, que casi intacto, pueda hallarse en el mundo occidental sobre las más verosímiles facetas de la intervención totalitaria del Estado en la más nimia de las manifestaciones de la comunicación social[2]” .
Mil gracias por su enorme sabiduría a la hora de analizar este páramo yermo del que tan poco se sabía con detalles y a la vez del que todo el mundo por entonces era conocedor de una u otra forma. Él fue uno de los primeros, sino el primero, en abrirnos las puertas y en tirar del hilo de la madeja para que futuros investigadores nos fuéramos uniendo posteriormente para recabar más información acerca del entresijo de la censura al que cualquier ámbito de la vida social española durante el franquismo se veía sometida, y que se ejercía consciente o inconscientemente tanto por los autores (autocensura), los traductores, la prensa, las editoriales, los establecimientos públicos y un sinfín más de instituciones gracias a las cuales el régimen garantizaba su buen funcionamiento institucional e ideológico.
Personalmente le estaré eternamente agradecida, ya que mi propia investigación en el campo de la censura literaria, en concreto durante el periodo comprendido entre los años 1962 y 1969, se ha visto enormemente enriquecida gracias a los numerosos artículos y libros de este gran maestro a los que he podido tener acceso, y a los que en repetidas ocasiones hago referencia a lo largo de toda mi labor de investigación.
Durante muchas décadas por medio de la censura se mantuvo a la mayoría de la población ignorante ante las nuevas ideas divergentes que iban calando en la sociedad española. A colación de lo acontecido querría expresar una última reflexión, a la que intuyo que Abellán también se sumaría. Puesto que nos privaron de tanta información en épocas pasadas, mi deseo sería que este hecho no se repitiese nunca más en la sociedad española, que todos volviéramos la vista atrás para que ahora sí se respetase y se ejerciese, con mayúsculas, la libertad de expresión sin ninguna clase de censura.
De cómo el profesor Manuel L. Abellán me ayudó a bajar a los sótanos de la censura a fotocopiarlo todo
Francisco Rojas Claros
Universidad de Alicante
No conocí personalmente al profesor Manuel Luis Abellán, si bien tuve con él una esporádica pero fecunda relación epistolar por correo electrónico, ligada de principio a fin al desarrollo de mi tesis doctoral… literalmente. Lo contaré de manera muy resumida. Mi primer contacto con los trabajos del profesor Manuel Luis Abellán tuvo lugar durante mi segundo año de doctorado, en plena elaboración de la Memoria de Suficiencia Investigadora. Por aquel entonces el profesor Glicerio Sánchez Recio (mi maestro) había aceptado ser mi director y me había ofrecido que me dedicara al análisis del cambio cultural de los años sesenta en España (del siglo XX), especialmente de cuanto tuviera que ver con el campo de las publicaciones de carácter crítico que fueron apareciendo durante aquellos difíciles años. Fue entonces cuando, estudiando la bibliografía existente, me llamó poderosamente la atención que un libro tan sugestivo y trascendente como Censura y creación literaria en España (1939-1976) hubiera tenido una repercusión tan relativamente limitada. Aparecía citado en la mayoría de obras de cultura bajo el franquismo, pero no se le daba todo el valor que desde mi punto de vista merecía. Y lo mismo ocurría con el resto de trabajos del mismo autor.
Tras mi primera estancia en Madrid y después de mi inicial toma de contacto con los fondos de la BNE y de los expedientes de censura del Archivo General de la Administración (AGA) – estos últimos por sugerencia del profesor Francisco Sevillano Calero, del que soy profundamente deudor – , pudo llegarse a una primera conclusión fundamental: el campo de la edición de libros de vanguardia en aquellos años estaba muy poco estudiado y editores y censores habían sido piezas fundamentales y contrapuestas en el proceso de cambio cultural desarrollado durante el segundo franquismo. Por ello deduje que para moverme en el terreno de la censura resultaría productivo contactar, además de con los antiguos editores – y siempre con permiso de mi director – con el propio Manuel L. Abellán, cosa que conseguí a través de Internet. Huelga decir que desde el principio se mostró muy amable y generoso conmigo.
«Estimado amigo: me llega de rebote desde Ámsterdam la noticia de que desde hace algún tiempo anda usted buscando contacto conmigo. Si entiendo bien, se trata de asesoramiento acerca de temas censorios importantes para el desarrollo de un proyecto de investigación suyo. Pues, aquí me tiene. Con mucho gusto me ofrezco a cualquier tipo de ayuda que necesite» (18/09/2003).
Su ayuda resultó inestimable en el ámbito de su especialidad. Me recomendó interesante bibliografía, me puso en contacto con gente que estudiaba o había estudiado elementos relacionados con el fenómeno de la censura[3] y, sobre todo, me indicó un par de signaturas del AGA que me resultaron cruciales para seguir tirando del hilo hasta lograr completar – en la medida de lo posible – la intrincada madeja. Recibí su último correo poco después de defender mi tesis, en fechas cercanas a su fallecimiento. Releerlo me causa una extraña y lógica mezcolanza de orgullo personal y profunda tristeza.
«Querido Paco, me ha causado gran alegría ver que te has empeñado hasta el final y, además, con cum laude por parte del tribunal de los que yo me fío poco ya que en su mayoría están casi 'in albis'... Poco me tienes que agradecer ya que poco también hube de ayudarte. Hace tiempo que leí -en Internet- una contribución tuya en una revista donde explicabas exhaustivamente tu plan de trabajo y me dije “este chico sabe perfectamente por donde hay ir”. De otros muchos no diría lo mismo. Mis felicitaciones. Si no te supone ningún quebradero de cabeza con mucho gusto leería la tesis si pudieses enviármela por e-mail, si no esperaré pacientemente. (…) Un fuerte abrazo, Manuel» (22/06/2011).
Le mandé copia en pdf, naturalmente. Nunca supe si llegó a leerla. Quiero pensar que sí. Daría lo que fuera por conocer su parecer y haber recibido sus sabias críticas. Al menos siempre me quedará el consuelo y el honor de que mi modesto trabajo pueda contener entre sus páginas al menos una mínima parte de su legado, tanto humano como intelectual.
A Manuel Abellán, in memoriam
Eduardo Ruiz Bautista
Los estudiosos de la censura nos tomamos en serio las teorías de Freud y, al reflexionar sobre lo que la obra de Manuel Abellán ha supuesto en mis trabajos, no puedo menos que ratificarme en dicha impresión. Estoy seguro de que muchos de los llamados a escribir estas notas necrológicas convendremos en que Manuel Abellán se ganó por méritos propios la condición de “padre” de esta línea de investigación, hasta aquel momento huérfana en España. Cuando cursaba mis estudios de licenciatura leí por primera vez Censura y creación literaria en España (1939-1976) y me sentí deslumbrado por lo que aquel ajado volumen de la editorial Península me brindaba: abría ante mis ojos un horizonte de posibilidades y me reafirmaba en mi inclinación por la historia cultural, del libro y de la lectura. Como los niños en fases tempranas me dejaba llevar en mis valoraciones, o así lo creo ahora, por una fascinación ayuna de reflexión, demasiado incondicional como para perdurar indemne.
Cuando inicié mi tesis doctoral dedicada al mundo del libro y la censura durante el primer franquismo torné necesariamente a la obra de Manuel Abellán, no sólo a la monografía antes citada, sino a todo cuanto había escrito hasta la fecha. Sin embargo, en aquel momento me hallaba en otro estadio de mi proceso de formación como historiador. Manuel Abellán era el punto de partida necesario, pero también el padre contra el que había que rebelarse. En esta fase hipercrítica los logros no son apreciados en todo su valor, cual si fuesen fruto del destino o la edad, mientras que los yerros, que aquel que estudia en profundidad un periodo muy concreto de la dictadura franquista puede detectar, se magnifican, se tildan de inexplicables sin reparar en que una investigación doctoral se basa en la utilización de documentos rigurosamente inéditos que los investigadores que nos precedieron no tuvieron oportunidad ni obligación de consultar.
Años más tarde, cuando me encargaron la edición de una obra colectiva que abarcase la censura de libros a lo largo de todo el franquismo, Tiempo de censura, me puse en contacto con Manuel Abellán para proponerle que colaborara en ella escribiendo el capítulo dedicado al periodo comprendido entre el final de la Segunda Guerra Mundial y la Ley Fraga de 1966. El profesor no sólo se mostró dispuesto a sumarse al empeño, sino que también me facilitó una nónima de posibles participantes que podrían ayudar a enriquecerla. Por desgracia, la salud entonces ya no le acompañaba y, pese a haber redactado un primer borrador, no se sintió con fuerzas para llevar a término el artículo. Imperativos de salud y agenda ya habían apartado a otros colaboradores del proyecto, pero ¿cómo llenar el enorme hueco que dejaba la ausencia de Manuel Abellán? El tiempo apremiaba y decidí, finalmente, asumir yo mismo el capítulo, abrumado por la responsabilidad y cohibido por la certeza de que en aquella ocasión, como en tantas otras, “las comparaciones serían odiosas”.
Me preguntaba cómo habría enfocado el profesor aquel capítulo, pero el pudor me disuadió de plantearle semejante interrogante y resolví dirigir mis dudas a sus textos. Volví a releerlo, volví a subrayarlos, llené de nuevo los márgenes de anotaciones. Me fueron de infinita ayuda y, lo que es casi más importante, me hicieron contraer una deuda de gratitud hacia aquel profesor que ahora, y de una vez definitiva, podía percibir en su verdadera dimensión, brillante, inspirador, humilde, elegante, discutible en cuestiones de detalle, pero siempre certero en lo esencial, atributos todos ellos que dan carta de naturaleza a todo un clásico.
La obra de Manuel Abellán debería reeditarse, porque fue nuestra vía de acceso al estudio de la censura, pero no se me ocurre mejor pórtico para las futuras generaciones de investigadores.
José Andrés de Blas
Espero que el dato fehaciente (la correspondencia que mantuvimos, con mayor o menor intensidad, y con algunos intervalos de silencio, durante los últimos 11 años, y un encuentro en Madrid) junto a su huella emocional, me ayuden a reconstruir, aquí, lo que evoco de lo que fue mi relación con Manuel Abellán.
Me disculpo de antemano, porque para hablar de él también tengo que hablar de mí, y porque podría ocurrir que esto se percibiera como una especie de argumento ad verecundiam, es decir que al hacer ostentación de mi relación con él, y apoyándome en su maestría, diera a entender que mis argumentos, por ello, tienen más valor. Nada más lejos de mi intención. Hablar de mi supone también que yo, por pudor, haya de vencer ciertas resistencias, pero creo que la ocasión lo merece. Voy a mezclar también varios temas, con lo que necesariamente habré de alargarme, para llegar a poner de manifiesto lo que, personalmente considero, que es lo más valioso de su legado.
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El 5 de diciembre de 2000, Manuel L. Abellán – como él siempre firmaba – había escrito a la sección de “Cartas al Director” de “El País”, respondiendo a un artículo de Félix de Azúa (de 20/11/00)[4], en relación a la insuficiencia de estudios sobre el pasado reciente de nuestro país. Tome el lector buena nota porque estamos en el año 2000, es decir en la honorable (y siempre insuficientemente valorada) prehistoria de los estudios sobre la censura. Lo curioso de esta carta, es que Manuel que, en cada uno de sus escritos anteriores no había dejado de manifestar la ausencia de estudios sobre la censura, adoptaba ahora justo la posición contraria, poniendo en valor (y citándolos como apoyo argumental) lo más relevante de los estudios realizados hasta la fecha, de los que, dicho sea de paso, él también había sido partícipe o copartícipe. Lo que se intuye es que la réplica de Manuel respondía en este caso a una cierta minusvaloración de una serie de trabajos que sólo los investigadores sabían, tanto a nivel práctico como emocional, lo que les había costado llevar a cabo. Pocos días después envié una carta a “El País”[5], en la que ciertamente trataba de rebatir la opinión de Abellán. Sin embargo, el día 20 de diciembre de este mismo año, de modo inesperado, Manuel me enviaba la primera de sus cartas, a partir del correo electrónico que le había facilitado Jeroen Oskam – con quien había entrado en contacto al conocer su página: un claro precedente de Represura – y cuyo primer párrafo anoto aquí: “Estimado amigo, me alegro que sea usted uno de los mordidos por el tema de la censura. Completamente de acuerdo en que el estudio de la censura (…) se eluden aspectos esenciales a los que hace referencia en su carta a El País (…)”. También se interesaba por mi artículo sobre el “estado de la cuestión”, que me solicitaba y que le hice llegar. Su respuesta de 19/1/01, decía lo siguiente: “no tengo ninguna clase de problema con la crítica que me haces, que es levísima. Esa definición la he ido rehaciendo en diversas ocasiones y me ha valido mientras no podía perfilarla más(…)” En esta misma carta, mencionaba la escritura de un artículo: “Claves interpretativas de la censura literaria”, en el que revisaba esa definición. Hasta donde alcanzo a saber, aunque lo digo casi con certeza, el artículo, fue escrito, pero finalmente no publicado. Desconozco las razones últimas, pero lo traigo aquí a colación porque habla de una posición antidogmática, uno de cuyos aspectos es la capacidad de revisar las propias opiniones, para que esto pueda ser percibido como un trayecto ideacional dentro de la propia obra. Observen, y vean, como esto que parece una obviedad y algo elemental, no es tan común.
Es decir que no sólo me había atrevido a rebatir públicamente su opinión, sino que además, en mi artículo cuestionaba la validez de algunas de las teorizaciones que sobre la censura había formulado Manuel. Creo que lo que experimenté entonces al recibir sus cartas fue un cierto sonrojo, porque este no era el talante con el que yo me había cruzado hasta entonces. Quiero creer, y creo que no hay duda de que así fue percibido por Manuel, que entonces, como ahora, yo pensaba que sólo una labor común, no exenta de réplicas y contrarréplicas, realizadas en “buena lid”, podría aportarnos un poco de saber. Y que ciertamente en esa tarea el investigador estaba implicado no como “ego”, sino como sujeto (de deseo, habría que decir). Y digo esto, no sólo por las implicaciones académicas del asunto, sino también porque recuerdo la extrañeza que me produjo leer: “me alegro de que sea usted uno de los mordidos por el tema de la censura”.
Ciertamente yo era ya uno de esos tipos “mordidos”, pero eso yo no lo sabía por entonces, de ahí mi extrañeza.
El 28 de noviembre de 2003, yo le escribía a Manuel: “sé que ha pasado mucho tiempo desde mi última comunicación, y ahora releyendo los antiguos correos, propiciado el asunto por el hecho de que se haya acordado de mí (…) me doy cuenta de que, más allá de mi tendencia a recluirme, no había ninguna razón para no haber continuado escribiéndonos”. Durante este intervalo – de casi dos años y medio – yo me encontraba realizando mi tesina – para cuya elección temática había sido determinante la lectura de las investigaciones de Manuel –, en una batalla emocionalmente tan solitaria y agotadora, por falta de apoyos, que no había espacio para nada más. Y es que nos hallábamos – sin que yo esto lo supiera por entonces – plenamente inmersos en lo que podríamos llamar historia transicionista, esa que desde una pretendida objetividad, se esforzaba en propiciar una suerte de reparto de culpas. No exenta de providencialismo, y que operando sobre macroestructuras, acababa en una suerte de adagio final, en el que felizmente, y pivotando sobre el olvido, llegábamos a la playa democrática. Lo menos que se puede decir, es que el tema de la censura – y de la represión cultural, en general – no encajaba para nada en estos presupuestos, ya que al poner de relieve uno de los aspectos intrínsecos de la misma, en tanto condicionante, dejaba abierta, cuando menos, la posibilidad de una revisión histórica de la vida cultural del país. Para dar idea de lo que digo, y para darse cuenta del clima adverso respecto a un estudio de este tipo, yo le había escrito a Manuel, algo más tarde: “el tema que nos ocupa – y nos “muerde”, en tu acertada expresión – no es cómodo, ya que son, en este sentido, abundantes los encogimientos de hombros o el no querer saber. Al respecto, he comprobado, en el curso de mis investigaciones como la simple mención de la palabra “censura” ponía nerviosos a mis interlocutores. Ahora, y sin perder de vista el objetivo de obtener la información que busco, recurro al sofisma de presentarme como interesado en “el mundo del libro” (4-10-06).
Cometiendo el error de asimilar a Manuel a la misma condición académica, y cometiendo un “agravio más” yo había optado por el silencio. Ahora, sin embargo, me doy cuenta de que el apoyo que yo reclamaba podía haberlo encontrado en él. Pero esto lo sé ahora, entonces, no podía saberlo. Ya saben eso de que “la experiencia es un peine que a uno le dan cuando ya no tiene pelo”. Observen también como aquí, yo ya había hecho mío “el asunto de la mordedura”, como si hubiera recibido de Manuel una especie de mensaje que encriptado por mí, retornaba desencriptado desde él. O bien: que uno recibe del Otro, su propio mensaje de forma invertida.
Pocos días después le hice llegar mi tesina, ya presentada. Y que Manuel leyó, sé que con interés y que se tomó el trabajo de comentarme. Ahora sí, comienza una relación epistolar, con ciertos altibajos, pero mucho más de igual a igual. Y se me ocurre ahora, que quizá esa fue otra de las razones de mi silencio: esa necesidad de crearme un espacio propio, que me permitiera mantener una relación más igualitaria, ahora que había dejado de sentirme como un impostor pues ya, supuestamente, había demostrado mis capacidades investigadoras, de las que llegué a dudar en esa tenaz y solitaria pelea. Esa necesidad de crearme un espacio propio, ya que para mí era muy poderosa la sombra de Manuel, era una necesidad mía, porque Manuel no asumió en ningún momento esa impostura de la maestría.
Sobre la tesina me había señalado los aspectos que más le gustaban y los que le gustaban menos, y aquellos otros que consideraba prescindibles. Personalmente, había apreciaciones que compartía y otras no tanto, – el había abordado el asunto desde la sociología, y yo lo hacía desde la historia cultural – pero como sus comentarios estaban hechos desde la sinceridad y el respeto, y fueron siempre, y en todo caso, alentadores, desde entonces me mantuve en una posición de atenta escucha, porque descubrí que, de él, tenía mucho que aprender.
Por el camino se fueron quedando algunos proyectos, como la celebración de un Congreso Virtual sobre censura, la publicación de un libro mío, que él prologaría, etc. Y llegó la etapa de “Represura”. El 23-9-06, Manuel me escribía “he visto la página web, escueta, seria, sin guirnaldas ni colorines, excelente. Puedes contar conmigo”. Y un poco después (17-1-07) “yo te apoyo al cien por cien en este u otros proyectos, pero sin que ello conlleve hacerte la más mínima sombra. El futuro es tuyo. Poténcialo, yo sólo respaldo y ayudo.”. Y además: “Mío puedes publicar lo que te parezca”(13-3-07).
He de decir que en principio, la página se había planteado como una especie de boletín, sin ningún compromiso de periodicidad, donde iría agrupando diversos contenidos respecto a la censura. También, inicialmente, fue una forma de dar a conocer mi tesina, que Manuel había deseado que publicara, pero que a mí no me terminaba de satisfacer. Y al respecto me decía, a partir ya de una relación de confianza, “no hay que dejar todo hasta haber alcanzado la perfección. Eso es orgullo, de acuerdo con la vieja escuela, y con él, sólo se va uno de patitas al infierno” (17-1-07).
La aceptación de la revista fue en principio razonablemente buena: consensuado con Manuel, la idea era apostar más por el valor cualitativo que cuantitativo, más por el “boca a boca”, que por los fuegos de artificio, de la difusión indiscriminada. La respuesta, aunque discreta, fue llegando. Una respuesta que, personalmente, también me había creado un compromiso que no podía defraudar. Pero al mismo tiempo tenía muchas dudas sobre mi capacidad para estar a la altura del reto que yo mismo me había lanzado. Es difícil calibrar el papel que Manuel asumió en este sentido, y no sé si el proyecto de Represura, sin él, hubiera podido continuar hacia delante; lo que si puedo decir es que, quizá, hubiese sido diferente. O, se hubiese quedado truncado, porque a estas alturas, ya no se trataba sólo de una relación – aunque lo fuera en gran medida – digamos académica, con una “intrahistoria” personal de las ideas que intercambiábamos respecto al panorama de los estudios sobre la censura, sino que en el plano anímico había encontrado, por así decirlo, “un hombro en el que poder apoyarme y llorar un poco”. No mucho, porque la idea de que en cualquier momento podía contar con ese recurso – y a pesar del tono un tanto plañidero que ahora encuentro en mis correos – era un apoyo moral fundamental para mí.
En la última etapa, llegó un “querer y no poder”, porque su salud ya no se lo permitía, pero aún así, me escribía frases como las siguientes: “te he dejado tirado en la cuneta” (15-4-10); o: “no vayas a pensar que mi silencio es olvido” (13-2-11). En fin, qué más puedo añadir… En una contestación a ese correo del día 15, le decía: “La verdad es que he echado de menos tus correos: tu apoyo moral, o como quieras llamarlo, es para mí muy importante. Nos vemos en Madrid.” (27-4-10). Pero ya no nos pudimos ver…
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Si pienso en los escritos de Manuel, siempre me viene a la memoria el párrafo inicial de su artículo “Censura como historia”. Debo decir que al pensar en escribir este texto, volví a copiar de nuevo ese párrafo, con la intención de reproducirlo aquí[6]. Lo que no recordaba es que, de modo más breve, y ya como declaración de intenciones lo había incluido en la presentación de la revista. Busqué después concomitancias con estas ideas en otros escritos, y desde luego estas ideas circulan por sus escritos, pero no con la rotundidad y claridad que están expuestas en este párrafo. Lo que encontré, sin embargo, es que este párrafo, lo había reproducido Manuel un año antes, en su artículo Apunts sobre la censura literària a Catalunya…” (ambos artículos están reproducidos de modo íntegro en Represura). Lo había reproducido con algunas variantes significativas, y que invito al lector curioso a descubrir. Hago esta anotación, porque ello habla de la importancia que a dicho párrafo daba Manuel, si bien, y como el mismo me había comentado, el artículo Apunts, había pasado prácticamente desapercibido cuando se publicó, y después nadie lo citaba.
Inicialmente el párrafo alude de modo explícito a la posición del investigador a la hora de abordar el tema de la censura, que guarda relación de modo menos explícito con ese objeto de estudio, la censura, que es como un pez, que cuando uno cree tenerlo entre las manos se le escapa. La referencia es también explícita respecto a unos modos de pensar heredados, no en vano fueron varias las generaciones educadas, por decirlo lisa y llanamente en el franquismo. Y el alcance, aunque Manuel no lo mencione, alude, sin duda, a ese tiempo largo de la historia, concebido por Braudel, en el que se desenvuelven las mentalidades. Pero además a esa censura digamos sociológica, que en muchos casos impregna al individuo sin que éste lo sepa, habría que añadir la propia censura del sujeto, en tanto investigador, que sólo se puede conjurar mediante una seria “profilaxis”, un “lavado de cerebro casi”.
La importancia del estudio de la censura estribaría en la posibilidad de recuperar de modo cabal “la memoria histórica”. Este término que ahora ha adquirido plena actualidad, quedaba aquí ya mencionado. Y al respecto Manuel me escribía: “La preocupación por recuperar la memoria histórica la he tenido presente siempre” (…) tengo la impresión de que (…) se esfuerzan en una revisión aséptica y aceptable del franquismo” (14-5-07). Creo que en este sentido no estamos en un mal momento historiográfico: el problema es que ese momento de “recuperación” ha llegado demasiado tarde, y no por culpa de quienes lo han promovido, a los que les ha sobrado mérito y coraje, sino por quienes pudiendo promocionarlo no lo hicieron, unos porque lisa y llanamente tenían y tienen mala conciencia y otros porque malbarataron mediante su posibilismo gubernativo su capital de votos. De todos modos, y creo que esto sigue siendo altamente significativo, parece que a nadie se le ha ocurrido sumar dos y dos, y ligar la represión cultural y la censura con la memoria histórica. Esa es una tarea pendiente que está apuntada en este párrafo, y que habla no sólo de la necesidad de producir más estudios sobre la censura, sino de ver cómo esos estudios van a incidir en el momento actual. Esa actualidad de España a la que Manuel siempre estaba atento, porque le preocupaba.
Decía que la recuperación de la memoria había llegado tarde, porque si con anterioridad hubiésemos manejado otras ideas respecto a la naturaleza real del franquismo y a su gestación, muy otra hubiese sido la transición democrática. Pero el mal ya estaba hecho. Ahora que sobre España el vendaval de la crisis económica se ha llevado buena parte de las poco arraigadas arenas democráticas, habrá quien siga confundiendo las causas con los efectos, y siga pensando que esto es una crisis económica, y no una crisis de arraigo democrático, en el que a nadie se le escapa que un conocimiento no sólo cabal, sino asumido de ese pasado, resultaría imprescindible.
Para ratificar lo dicho, recojo finalmente las palabras de una de las últimas manifestaciones públicas de Manuel, sino la última, que envió a la revista con motivo de la encuesta a los investigadores (Nº6, 2009): “La connaturalidad con la que los efectos de las actuaciones censorias se incrustaron fue tan grande que acaso ahí radique el origen de la desidia manifiesta en el estudio de la naturaleza y los efectos de la censura franquista durante un tan largo periodo de tiempo. Es esa una hipótesis que convendría verificar para esclarecer el largísimo letargo en que cayo la investigación censoria sobre el libro. No como única hipótesis pero sí como la de mayor calado.”
Más allá del valor académico indudable de sus escritos, he querido traer a colación los valores de Manuel como persona, que acaso también sean uno y lo mismo, y algunas de las líneas de investigación que se insinúan en sus trabajos. Son líneas no desarrolladas, apuntadas entre frase y frase, esbozos que quedaron anotados en los márgenes y que exigen cierta hermenéutica interpretativa, que en algún momento habrá que hacer de un modo más acabado.
Por ahora, creo que el mejor de los homenajes, consistiría en volver a leer sus escritos – su legado está ahí – para leerlos con otra mirada. Hagan el esfuerzo, merecerá la pena. Lean con detalle, pero con una atención flotante y aten cabos. Lean primero, y sólo después, intenten comprender, no antes: los tiempos, aquí, son fundamentales.
La censura española en la época franquista. Un libro de Manuel L. Abellán
José Luis Cano (Ínsula, Nº 423, 1981, p.14).
(Nuestro agradecimiento a la revista Ínsula por habernos permitido reproducir esta reseña)
En 1975, postrimerías de la dictadura franquista, comentaba yo en estas mismas páginas el libro de Antonio Beneyto, Censura y política en los escritores españoles, que contenía una extensa encuesta a los escritores españoles sobre los problemas de la censura y sus opiniones políticas. De aquel ya lejano comentario – muchas cosas han pasado en España desde 1975 hasta hoy – recuerdo esta frase: “La relación escritor-Administración y editor-Administración, en el plano de la censura, podría constituir por sí sola el tema de un libro de muy nutridas páginas”. Pues bien, esa necesidad que yo señalaba en 1975 se ha cumplido ahora con el libro que acaba de publicar Manuel L. Abellán – profesor de la Universidad de Amsterdam – con el título Censura y creación literaria en España (1939-1976)[7]. Dedicado desde hace años a la sociología de la literatura, el autor contempla el tema no desde puntos de vista teóricos o polémicos, sino desde un prisma histórico y sociológico, utilizando con frecuencia cuadros estadísticos, y una gran riqueza en [la] recolección de datos y documentos, que ha podido obtener en los archivos de la Administración civil de Alcalá de Henares y en la Sección de Ordenación editorial – Lectorado y Registro de Publicaciones – cuya rica documentación se guarda en los sótanos del Ministerio de Cultura.
El autor divide su libro en tres partes. La primera aborda el tema de la censura franquista en sus orígenes, a raíz de la guerra civil, en que por un decreto de 23 de diciembre de 1936 se prohibía toda literatura supuestamente inmoral y heterodoxa. En virtud de ese decreto se prohibieron las Obras completas de Baroja que intentaba editar Biblioteca Nueva. El motivo de la prohibición: “Las obras de Baroja van contra la familia, la Iglesia y el Estado”. Lo normal entonces era la prohibición de todo lo que no fuera ortodoxo y no estuviera de acorde (sic) con los llamados Principios Fundamentales del Movimiento. El autor no se limita en este primer capítulo a la censura de libros. Aporta también datos numerosos y no pocas veces grotescos sobre la censura teatral, la cinematográfica, la de espectáculos y actos públicos y la de periódicos y revistas. En la segunda parte del libro, el autor, incluye una encuesta hecha a los escritores españoles sobre sus experiencias y malandanzas con la censura y nos da interesantes datos sobre las obras literarias que, por mor de la censura, hubieron de ser publicadas fuera de España o tuvieron que permanecer inéditas debido a la prohibición censorial. La arbitrariedad, las contradicciones, abusos e inconsecuencias de los funcionarios de la censura y no funcionarios, pues no pocos de los censores eran escritores, son puestos de manifiesto en los datos que nos suministra Manuel L. Abellán en un interesante capítulo de su libro. En lo que se llamaba eufemísticamente “Servicio de Orientación Bibliográfica” no existían unas normas fijas y claras, de modo que el escritor y el editor no sabían a qué atenerse en cuanto a los llamados delitos contra la moral, la religión y los principios fundamentales del Movimiento. Lo que inevitablemente provocaba que el escritor se autocensurase, para evitar caer en las mallas de la censura. La Ley de Prensa de 1966 – la Ley Fraga – suprimió la censura previa obligatoria, pero estableció una censura voluntaria, a la cual se acogieron la mayoría de los escritores y editores, para evitar el peligro de que un libro impreso sin acudir a ella fuese secuestrado por orden superior – del Ministerio o del fiscal –. Si en cierto modo la Ley Fraga supuso un ligero avance hacia la deseada libertad de expresión, también implicó graves problemas para los escritores que acudían a la censura voluntaria, que suponía las más de las veces intrincadas y largas discusiones entre autor o editor y el Ministerio. El autor de este libro comenta con detalle algunos casos de discusiones interminables, como el de la novela de Isaac Montero, Alrededor de un día de abril o el de las Obras completas de Alfonso Sastre.
En la tercera y última parte del libro, el autor resume los casos de opresión censorial, año por año, desde 1939 a 1976, comentando los dictámenes e informes de la censura oficial. En cuadros estadísticos detalla las incidencias de la censura por “opiniones políticas, moral, moral sexual y religión”- Son no pocos los casos sangrantes en que se detiene comentándolos con detalle Manuel L. Abellán, pero uno de los más exasperantes es el de la novela de Miguel Buñuel Un mundo para todos, con miles de tachaduras en el texto, cada una de las cuales era sometida a discusión entre el autor y el censor. Sorprende que no figure en el libro de Abellán el nombre de Valle Inclán, autor censurado con verdadera inquina. Recuerdo que su hijo Carlos Valle Inclán me enseñó en su casa de Santiago un ejemplar de Luces de bohemia, en que cada página había sido tachada por la censura en un noventa por ciento de su texto.
Censura y creación literaria en España es un testimonio de gran valor sobre el largo y complejo proceso de la censura española en la época franquista. Será ineludible acudir a él para todo el que quiera abordar en el futuro la lamentable historia de la censura literaria en la España del siglo XX.
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Albert Cañagueral: “La Vanguardia, junio 1987, 4 de junio de 1989 y 12 de junio de 1989.
[1] Véase ABELLÁN, M.L. 1978c. “Los últimos coletazos de la censura (II)”. Diario 16, 439:12-13.
[2] Análisis cuantitativo de la censura bajo el franquismo (1955-1976) Sistema.28: 75-89, 1979.
[3] Así conocí entre otros a mi buen amigo Andrés de Blas, sin olvidar al amable Jeroem Oskam, discípulo aventajado del profesor Abellán.
[4] Sobre la censura franquista
“Aunque sea muy de agradecer la elogiosa mención de Félix de Azúa (EL PAÍS, 22 de noviembre de 2000) a mis trabajos sobre la censura franquista, no puedo dejar de recordarle que el tema ha sido estudiado y sigue estudiándose por no pocos investigadores nacionales y extranjeros. Ciñéndome al ámbito estrictamente académico, María Josefa Gallofre ha estudiado la incidencia censoria en la literatura catalana, y en la vasca, Joan Mari Torrealdai. Entre los extranjeros, Gloria Romero-Downing (autores latinoamericanos editados en España), Jeroen Oskan (revistas de cultura), Regina Schmolling (primer franquismo), Jacqueline A. Hurley (autores ingleses traducidos), Douglas E. LaPrade (obra de Hemingway en castellano) y, próximamente, Ludwien Van den Hout leerá en la Universidad de Amsterdam su voluminosa tesis sobre la incidencia censoria en la literatura catalana desde 1962 a 1978. Por último, cualquier ciudadano tiene libre acceso a los Archivos Generales de la Administración Pública de Alcalá de Henares, donde se custodia prácticamente toda la documentación referente a la censura franquista: expedientes, dictámenes, información interna y externa, secuestros, sentencias judiciales, listas de lectores… No creo que haya en el mundo occidental un archivo tan abierto y accesible como el de Alcalá”. (Reproducción íntegra).
[5] De Azúa, Abellán y la censura
Afirma M.L. Abellán (El País, 5/12/00) en su réplica a F. de Azúa (El País, 20/11/00), “que el tema – de la censura de libros, se entiende – ha sido estudiado y sigue estudiándose por no pocos investigadores nacionales y extranjeros”. La réplica hace referencia al comentario de F. de Azúa sobre el desconocimiento respecto al pasado reciente de la historia de España.
Mi propósito con esta carta es intentar puntualizar el comentario de Abellán, ya que, para el “lector no avisado”, se podrían originar ciertos malentendidos respecto al grado actual de conocimientos referido a la censura de libros.
Personalmente he publicado un trabajo de investigación – Rev. Espacio, Tiempo y Forma, Serie V, Hª Contemporánea, Nº12, UNED, Madrid ,1999 – sobre la censura de libros durante el franquismo. Entre otros asuntos en él tratados, realizaba precisamente un “estado de la cuestión” sobre dicho tema. Mi conclusión final era que el grado de desconocimiento es alto, pero que la opinión común es justamente la contraria, hecho que supone un obstáculo de partida con el que se ha topado todo potencial investigador, al crear un clima de recepción social y académico adverso.
Como ejemplo paradigmático de lo que afirmo bastará considerar los trabajos monográficos escritos hasta la fecha. Desconozco el trabajo de R. Schomolling – quizá por haber sido publicado con posteridad a 1998 – y añado a la lista que da Abellán dos más. Cuantitativamente estamos hablando, pues, de nueve monografías. Nueve monografías, que, sin afán de desmerecer sus aportaciones, pretenden abarcar un periodo de 35 años – excluyo la referencia a la Guerra Civil, cuyo número equivale a cero – realizadas a los largo de unos 23 años. Cualitativamente, el predominio temático se centra, con excepciones, en el campo de la literatura, dejando fuera todos los otros campos cuyo soporte de transmisión fundamental fue el libro. Del mismo modo, con reminiscencias acontecimentales, el efecto de la censura se restringe al campo del autor, quedando el receptor y el mensaje fuera de sus planteamientos. No se considera el libro en su materialidad, ni su modo de difusión. Metodológicamente, con algunas salvedades, no hay ninguna aportación. Sin querer hacer de la censura un epifenómeno, la lista podría prolongarse bastante.
Creo que los datos aportados son suficientes para juzgar cúal es el grado actual de conocimiento sobre el tema. (Texto íntegro).
[6] “Censura como historia”
Al abordar el tema de la censura contemporánea se hace necesario – más que en otros temas – despojarse del lastre y de las influencias acumuladas durante décadas enteras e incluso tratar de ser inmunes al asedio constante de las nuevas formas de censura. En el fondo, un acercamiento al tema censorio resulta del todo imposible sin una labor profiláctica previa – un lavado de cerebro casi – que permita su estudio sin que los resultados alcanzados mediante los condicionamientos censorios en el pasado sigan actuando y produciendo todavía los efectos distorsionadotes previstos. Al mismo tiempo, es necesario sacudirse de encima el inveterado hábito, según el cual, lo obvio ni se demuestra ni se pone en tela de juicio. En el caso de la censura, de la investigación censoria, de lo que se trata es precisamente de poner en tela de juicio los efectos certeros de una manipulación u operación ideológica constante, sutil y casi imperceptible. Operación ideológica constante porque es uno de los resultados inherentes a la lucha de clases y grupos sociales, a la interacción social, y por tanto, de hecho no hay sociedad ni momento en el tiempo en que, de una forma específica u de otra, con mayor o menor transparencia, no dejen de quedar plasmados los efectos de esta dialéctica de presiones e influencias. Lo que puede variar y varía según el tiempo, las épocas y los niveles de interacción social son las formas que la acción censoria reviste. Predomina, unas veces más que otras, la actuación directa de un grupo o de una institución en una o varias parcelas dadas de la actividad literaria y cultural.
La manipulación ideológica – sus objetivos, instrumentos y medios – pueden estar más o menos estructurados y, en consecuencia ser aprehensibles directamente. En estos casos de excepción estamos en presencia de una actividad censoria traslúcida en parte. Se intuye el significado o la intención mediante el conocimiento de los instrumentos, el análisis de los medios puestos en obra y alguno de los resultados obtenidos. Nada más. Faltan infinidad de cabos por ligar y, muy especialmente, ignoramos lo que “el producto censurado” hubiese sido o era antes de ser sometido a la acción censoria. En realidad, la coacción sufrida es tan grande que el producto censurado – poco, mucho o en su totalidad – emprende vida propia y se incardina en el mundo de la cultura como si nada hubiera ocurrido y viene así a cumplir ejemplarmente la misión encomendada: modelar y configurar, en la forma deseada, el caudal cultural, estético, informativo y científico del presente y contribuir de modo específico a la formación de la futura memoria histórica. /Nota al pie 1: sin género de dudas es ésta la más fatal de las consecuencias de la operación ideológica causada pro la censura y es, al mismo tiempo, la menos visible (…)/
Sobre la sutileza de este cúmulo de manipulaciones se puede discrepar. En muchas ocasiones – las menos – los medios empleados son tan burdos y patentes que no falta la reacción de las propias víctimas aunque, ésta, casi siempre, esté desprovista de efectos prácticos. En la inmensa mayoría de casos ocurre todo lo contrario en virtud del principio de la mínima resistencia: la autocensura se convierte en un hábito natural y reflejo, lográndose de este modo que la sumisión y el avasallamiento general se produzca a un coste realmente mínimo. A todo ello hay que añadir el más trascendental de cuantos efectos ha tenido la manipulación ideológica a través de la institución censoria, a saber, su imperceptibilidad. La aceptación acrítica de todo cuanto la actitud posibilista dio por válido en el “modus vivendi” pactado, se prolonga más allá de los límites de vigencia estrictamente históricos de la existencia de la institución censoria. Lo cual conlleva la no revisión ni la puesta en duda del acervo cultural, resultado de aquellos condicionamientos excepcionales. De este modo se sigue bailando todavía al son de quienes se propusieron y lograron configurar nuevamente, y por largo tiempo, la cultura española. En suma, cuando a los efectos censorios resultantes de la interacción natural de grupos y clases se añaden los que resultan de la intervención política del Estado, subsumidos aquellos en la actuación de éstos, ocurre que tales efectos adquieren carta de naturaleza y obnuvilan mentalmente al consumidor de lectura, al editor, al intelectual y a los agentes y proveedores de cultura, en general. La desaparición de un régimen censorio y la vuelta a la normalidad no va acompañada de una reconstrucción del pasado, ni de una restauración sistemática de todo lo destruido, modificado o tergiversado. Antes al contrario: la vuelta a la normalidad democrática, el retorno de las libertades arrastra hacia un extraño estado de euforia capaz de hacer olvidar los condicionamientos sufridos y sus catastróficos resultados. (…)
[7] Ediciones Península, Madrid, 1981.